martes, 31 de enero de 2012

Primer verano, por Wallace Wells.

Cuando era pequeño mi madre tenía una costumbre muy fea: enviarme en las vacaciones a campamentos de verano. Con trece años tuve que pasar una semana en unas montañas con otros pre-adolescentes que acababan de descubrir lo que era la masturbación. Si los crímenes del Lago Cristal se hubieran cometido con lefa en vez de sangre habríamos hecho una perfecta reconstrucción. Pero vayamos por partes, pues además del sexo y el terror también hubo lugar para el nacimiento de mi primer AMOR.

Al llegar, un hombre y una mujer hacían crucecitas al lado de nuestros nombres. Eran nuestros monitores. Ambos tenían unas larguísimas cabelleras negras, como indios norteamericanos o como la Pantoja, y medían más o menos lo mismo. De espaldas eran prácticamente idénticos. Además, eran hippies y pareja, así que a menudo ella llevaba la ropa de él. Todo esto provocaba siempre hilarantes episodios de confusión entre la muchachada, pues hasta que no los veías de frente nunca estabas seguro de si era Monitor o Monitora. La única diferencia es que Monitora iba siempre pegada a una guitarra tocando canciones sin parar.

Las habitaciones estaban divididas en habitaciones para chicas y habitaciones para chicos. A mí me asignaron una de chicos. Tenía dos compañeros, uno feo y Él. Desde el principio Él y yo hicimos muy buenas migas. Él practicaba natación y yo jugaba al baloncesto, y aplaudió mucho mi idea de haberme llevado al campamento un walkman con el Grandes Éxitos de Michael Jackson –también había traído el de Roxette pero lo escondí hábilmente al fondo de mi mochila y nunca se lo dije-.

A las ocho de la mañana Monitora recorría los pasillos despertándonos a todos con su guitarra para ir a desayunar. ¡Cómo odiaba esa guitarra! El desayuno consistía en unas tristes galletas María y zumo de naranja concentrado. A Él y a mí nadie nos dijo que el zumo concentrado había que diluirlo en agua para beberlo y al tercer día teníamos ya una diarrea que no tosíamos por miedo a cagarnos encima. Y tras los desayunos pues las típicas actividades de campamento: deportes, rutas con animales, manualidades, …

En uno de los cambios de una actividad a otra, Él me dijo que le siguiera por un huertito de lechugas, que íbamos a fumar. Obviamente no teníamos cigarros ni mechero pero Él había robado de la cocina unas cerillas y un tronquito de canela. En ese momento me pareció un héroe. Él le dio la primera calada y luego me lo pasó a mí. Entre el olor, el sabor de la canela y los restitos de saliva de Él, me imaginaba que le estaba besando en una pastelería turca.

Todas las noches antes de dormir, caían uno o dos pajotes en la habitación. Cada uno se trabajaba lo suyo, eso sí, que Él era hetero. Yo me imaginaba siempre a Él.



Mi fantasía era que nos peleábamos entre sacos de canela y acabábamos destrozándolos y revolcándonos entre las lechugas, y la canela y las lechugas se mezclaban mucho embriagándolo todo de aroma y sabor. Probablemente también sea la fantasía de Ferrán Adriá.

Como decía, esto de los pajotes pasaba todas las noches. Todas menos una, pues por la tarde había estado comiendo galletas en la cama y por la noche se había llenado de hormigas. Fui a hablar con Monitor:

- Monitor, Monitor, mi cama está llena de hormigas, ¿qué hago?
- No soy Monitor, soy Monitora. Pregúntale a Él si puedes dormir esta noche con él.



Otra noche Monitora nos llevó a los mayores al bosque a contarnos historias de miedo. Yo no estaba muy conforme.



Nos sentó en círculo y empezó con los relatos cuando de pronto salió de detrás de un árbol un tío con una sábana gritando –era Monitor- y todos salimos corriendo con el corazón en la boca. Con la estampida tropecé con la maldita guitarra y se me rompió una chancla. Cuando se lo conté a Él me dijo que se la dejara un momento y eso hice. Me devolvió la chancla arreglada.



Y así pasó la semana y terminó el campamento. Mientras Monitora tocaba unas canciones tristísimas de despedida iban llegando nuestros padres a recogernos. Los padres de Él llegaron antes que los míos. Yo le veía hablar con ellos y hubo un momento en que me señaló. Al poco vino hacia mí con un papel donde había apuntado su dirección y su teléfono de casa. Y se fue. Monitora seguía tocando la guitarra. Quería meterle la estúpida guitarra por el coño –desde luego hay gifs de cualquier cosa, ¿eh?-.


sábado, 28 de enero de 2012

La que faltaba, por Emmett Honeycutt.

Pues eso, la que faltaba por rellenar esto:


Saberte un disco de memoria: yo soy la persona más desmemoriada del mundo (Cameron se preocupa mucho a este respecto). Lo olvido absolutamente todo: fechas, polvos, exámenes, peleas… Todo menos las letras de las canciones, que me las aprendo de pé a pá con sólo 2 ó 3 escuchas… Siempre pienso que si alguna vez fuese a Operación Triunfo, mientras los demás están en esa clase de aprenderse la letra, yo iría un paso por delante, ensayando coreografías y eligiendo vestuario antes que los demás.


Hacer voodoo: ¡Sí! Yo tuve una época en mi adolescencia en la que me tomaba estas cosas super en serio… Jugaba a la ouija con mis amigos, hacía conjuros, paseaba a la perra con una estaca por si aparecían vampiros, e iba mucho a Natura. Buffy era (y es) mi modelo a seguir. Y, claro está, también hice voodoo alguna vez, a una chica de mi clase a la que odiaba y que a los 14 dejó el colegio porque se quedo embarazada. Así que parece que funcionó.


Aprobar un examen sin estudiar: muy frecuente en mí. Aunque Cameron piense que no, yo soy muy inteligente.


Terminar la carrera: estoy a punto de terminar la segunda.


Ir a una fiesta que dure dos días: este verano estuve en un festival con Wallace y más amigos (véase Arroz Salvaje), y fue una fiesta continua de 5 días… De las mejores semanas de mi vida.


Emborracharte: el día que ha contado Wallace en el que acabó durmiendo en el suelo del baño mientras la gente meaba con los genitales pendiendo sobre su cabeza, yo estaba vomitando sangre por la cocina, el dormitorio de mi amigo y el salón, en dónde una chica se resbaló y acabó de esta guisa.


Este es sólo un ejemplo… otra noche me emborraché tanto que me acabé enrollando con Marc Anthony.


Enamorarte: me he enamorado locamente en 4 ocasiones. Las 3 primeras fueron entre los 15 y los 19-20 años, siempre de mis mejores amigos y siempre no correspondido. La cuarta fue de mi novio.
Hace ya más de 2 años que mi corazón está intacto… Se aceptan pretendientes.


Enamorar a alguien: a mi ex evidentemente le enamoré… aunque tardase 4 días en irse con el ex de Wallace.
Aparte de eso, hace un par de años me enteré que un amigo estuvo enamorado de mi un tiempo… Y actualmente tengo al chico de la cita del otro día haciendo planes para el casamiento, pero creo que le voy a cortar el royo pronto.


Leer un libro del tirón:...


Besar a alguien de otro continente: pfff… mejicanos, americanos, canadienses, argentinos, cubanos, un vietnamita, un marroquí (que era CLAVADO a este), portugueses, británicos, italianos, franceses, rusos… hasta canarios.
Dicho así parezco un poco zorra.


Tener sexo en tu lugar de trabajo: trabajar es de pobres.


Tener sexo en un lugar inusual: además de playas y campo (de noche y de día), coches, baños, cuartos oscuros, garajes… el sitio más raro donde lo he hecho ha sido en la sala de radiografías de un hospital, con un medico.


Tener sexo con una persona que acabas de conocer: ¿Yo? Nunca.


Ser infiel: eeeeeh… aaaaahm… estoooo…


Mentir y que no te pillen: soy la persona que peor miente del mundo, pero sí, alguna vez me ha salido bien (mientras mi ex no descubra este blog…).


Escuchar la novena sinfonía de Beethoven: no sé… ¿es esta?


Confessions on a blogfloor, por Cameron Tucker.

Como la vida de un profesor/estudiante en enero no tiene nada de bonito ni de interesante (horas y horas de corrección y estudio no dan para muchas aventuras) he decidido plagiar (vilmente) la iniciativa de Wallace y, así, contar algunas anécdotas emocionantes y sórdidas, a ver si así me quito el sambenito de Charlotte York de una maldita vez. Y es que, que os quede claro que, aunque mi vida ahora sea ordenada y discreta, casi de señorona victoriana, hubo una época en la que mi día a día era una temporada cualquiera de Jersey Shore... He aquí, pues, mi respuesta a esta lista de cosas:

 - Tener sexo con una persona que acabas de conocer: Bueno... Esa es una de las ventajas de ser mariquí, ¿no? Y quien diga que no, MIENTE.
- Tener sexo en tu lugar de trabajo: Cuando lo tuve aún no sabía que, unos años después, ese lugar se convertiría en mi lugar de trabajo. Sí, he hecho el amor en la Universidad de Woodsboro. En los baños del rectorado de mi antigua facultad. Y digo "hecho el amor" porque fue una cosa bonita y formal, con mi novio de aquella época, y no una cosa sórdida y oscura.
- Tener sexo en un lugar inusual: Siempre que leo esta pregunta me acuerdo de la respuesta que, en un capítulo de Friends, dio Phoebe: "En Milwaukee". Pero no, pensando en mi biografía sexual... ¿es un Burger King lo suficientemente inusual? Si no lo es también tengo un ascensor, una gasolinera y, atención, una rotonda boscosa.
- Viajar a otro continente: Claro que sí, soy un viajero profesional.
- Besar a alguien de otro continente: Esto no, pero sí he besado a hombres de fuera de nuestras fronteras. Y cuando digo "besar" ya sabéis a lo que me refiero. En mi heterogenea lista está El Ruso, por supuesto, pero también un chico inglés y, oh sorpresa, un cubano y un marroquí. Toma sordidez intercultural. Eso sí, retomando el sentido original de la pregunta, me acuerdo de mi primera vez en Nueva York paseando por el Village cuando un rubiasco joven (que se parecía a Sam Evans) me pidió firma y apoyo para una propuesta a favor del matrimonio gay en el Estado de Nueva York. Yo, por guapo y por concienciado, le di cinco dólares y nos pasamos media hora hablando. Le conté que venía de España y que aquí nos podíamos casar y tener los mismos derechos que cualquiera. Él me idolatró por exótico, yo le idolatré por guapo y, si no hubiésemos estado en mitad de la calle, habría sido pasto de la categoría "Tener sexo con una persona que acabas de conocer".

 - Enamorarte: Sí, dos veces. De mis dos maridos, claro está. La primera vez fue una maravilla gloriosa, que está a punto de cumplir su décimo aniversario. La segunda vez fue una pesadilla terrorífica que me hizo tocar fondo.
- Enamorar a alguien: Espero que sí... Hay un hombre que bebe los vientos por mí desde los noventa. Es encantador y profesor también, somos tal para cual. Y ha sido, probablemente, el único hombre que me ha tratado como la reina que realmente soy, pero no me pone... Lo tengo ahí, de reserva, por lo que pueda pasar.
- Aprender a tocar un instrumento: Soy MUY melómano, pero las personas con una incapacidad matemática como la mía no tenemos la menor habilidad musical.
- Saberte un disco de memoria: ¿Y quién no?
- Leer un libro del tirón: Soy tan bibliófilo que a veces se me va de las manos. La última vez que leí algo del tirón fueron los tres volúmenes de "Los juegos del hambre": más de mil páginas en cinco días.
- Meterte en una pelea y salir vencedor: Hace unos años, unos amigos y yo sufrimos una agresión homófoba. Ni que decir tiene que no salimos victoriosos físicamente, pero sí moralmente. Me rompieron el labio (aún tengo una pequeña cicatriz), pero eso sólo me hizo convertirme en un luchador aún mayor por los derechos civiles y por la visibilidad. Aquel puñetazo rompió las puertas de los pocos armarios que aún quedasen en mi alma.
- Escribir un libro: Estamos trabajando en ello... Soy un amante de la literatura y de la escritura, y tengo algo bastante completito a punto de terminarse. Ojalá vea la luz. En lo académico, huelga decirlo, sí tengo muchas cosas publicadas.
- Ser infiel: JAMÁS.
- Emborracharte: Cuando la gente se entera de que llevo más de un año sobrio (vamos, que me he hecho abstemio, pero me gusta enunciarlo así de amaricanamente) cree que soy mojigato y timorato... No. Sólo intento conservar neuronas para mi tesis. E intentar contrarrestar la sistemática limpieza étnica que de ellas hice en mi alocada juventud. Creo que bastará que os diga que no recuerdo 2003. 
- Pujar por ebay por mas de cinco euros: Y por cincuenta... Soy un gran amante de las compras culturales por internet.
- Terminar la carrera: ¿LA carrera? Dirás laS carreraS, las tres carreras.

viernes, 27 de enero de 2012

El fin del mundo, por Wallace Wells.

Con esto de que se acaba el mundo he recibido un email interesante sobre cosas que hay que hacer antes de morir, veamos cuáles he hecho y cuáles no:

Aprender a tocar un instrumento: De pequeño tenía un órgano enorme (risas enlatadas) y aprendí a tocar un par de canciones de Enya. Era tan grande que necesitaba ocho pilas de las gordas así que cada vez que se gastaban era una odisea ir a comprarlas y al final lo dejé y gracias a eso empecé a ligar.

Saberte un disco de memoria: No solo un disco sino toda la discografía de Mecano, pues mi madre tenía casi todos los discos y fue lo primero a lo que tuve acceso. Realmente yo de pequeño daba asco.

Viajar a otro continente y besar a alguien allí: Esto queda pendiente. He besado a dos australianos, un argentino y un boliviano pero todo en Europa.

Vivir un fin de año en París: Esto sí, comiendo las uvas delante de la Torre Eiffel, y debo decir que el espectáculo de fuegos artificiales no es tan grandioso como para pasar el frío que yo pasé.

Tener sexo con una persona el mismo día que la conoces: En este campo mi mayor éxito fue tirarme al dj de una discoteca en un cuartillo pequeñísimo que usaban los empleados para cambiarse. Como ocurrió un par de días antes de Halloween el cuartillo estaba lleno de boas, disfraces, maquillajes… parecía que estaba follando en el tocador de Boris Karloff. Y para boa lo que tenía el dj entre las piernas (más risas enlatadas).

Tener sexo en tu lugar de trabajo: Pues sí, también. No con un cliente sino con un compañero en el restaurante.

Leer un libro del tirón: Soy muy fan de Amélie Nothomb, una escritora belga que es contorsionista, come frutas y verduras podridas, fue bulímica y anoréxica sucesivamente, alimentándose de su propio vómito en ocasiones, viste siempre de negro, nunca se peina y siempre usa pamelas para tapar su gigantesca frente. Y además escribe como nadie. Todos sus libros los he devorado en el mismo día que me los compro.

Tocar un arma: Precisamente ayer estaba buscando un cinturón en el cuarto de mi hermano. Abrí un cajón de su armario y encontré una pistola. La miré, la cogí, comprobé que pesaba como yo imagino que pesaría una pistola de verdad, me obligué a pensar que era una pistola de perdigones para cazar patos, cerré el cajón y volví a mi habitación. Así somos en mi familia.



Hacer paracaidismo: Preferiría que se acabara el mundo.

Meterte en una pelea y salir vencedor: ¡Lo he hecho! En el Instituto tenía un compañero de clase que además era vecino de mi barrio y por una cosa o por otra entramos en una espiral de insultos y chismes hasta que la situación no se sostenía más por ningún lado y una noche que yo estaba sacando a Beethoven de paseo con dos amigos me encontré con él y sus primos. Como no estábamos en el colegio era el momento perfecto para solucionarlo todo así que nos liamos a palos. De pronto me vi agarrándolo del cuello mientras escuchaba puñetazos y patadas a mi alrededor y a alguien gritando “¡Coged a Beethoven!”. Cuando nos separaron le escupí y debió pensar que mi saliva era tóxica porque el pobre se puso a llorar.



Escribir un libro: No, pero sí tenía un Fotolog muy famoso que cuando lo cerré hasta recibí en mi buzón una nota anónima escrita con barro donde se me pedía que volviera.

Hacer el amor en un sitio inusual: Los sitios más raros donde lo he hecho han sido -aparte del cuartillo del dj- sobre la mesa de un salón y detrás de una estación de autobuses. Nada tampoco del otro mundo.

Ser infiel: Solo de besos, nada para volverse loco.



Emborracharte: La vez que yo recuerde que más bebí fue un día que Emmett y yo fuimos a casa de un amigo porque íbamos a salir por la noche, empezamos a beber y de pronto me desperté tumbado en el cuarto de baño con un hombre feísimo haciéndome una felación, cuando intenté levantarme no podía y los demás tuvieron que mear conmigo tirado por todo el cuarto de baño como una alfombrilla de ducha. Al final salieron todos y me dejaron en el suelo. A la mañana siguiente descubrí que Emmett se había puesto peor que yo y que habíamos sido los únicos que no habíamos salido, lo que nos unió todavía más, jaja.



Había muchas más cosas para hacer pero son tonterías como enamorarse, escuchar la novena sinfonía, pujar por eBay o terminar una carrera y además me estoy deprimiendo al comprobar que aun estoy en mi veintena y me quedan pocas cosas importantes por hacer antes del fin del mundo.


domingo, 22 de enero de 2012

Primera cita, por Emmett Honeycutt.

Después de una ausencia de más de 10 días por motivos de estrés relacionados con la universidad, vuelvo a escribir para informar sobre mi cita de anoche noche.

En este tiempo he tenido 3 citas. La primera fue con un hombre muy apuesto de treinta y muchos, pequeñito pero concentrado: buen cuerpo, buen culo, buen rabo y buena cara. Quedamos para tomar algo, y acabamos en su cama.
La segunda cita fue con un guiri que estaba de visita en Woodsboro por unos días y quería mamoneo. Quedamos para tomar algo primero y al final se rajó… y me quedé con las ganas.

La tercera cita de estos 10 días tuvo lugar anoche.

Al chico en cuestión ya lo mencioné la última vez: con carilla de cateto y basto, pero luego es un chico encantador y educado que está loquito por mí. Llevábamos chateando un mes y aún no habíamos quedado…

En persona me pareció mucho más adorable y sexy que en fotos y webcam, lo cual no suele pasar muy a menudo. Llevaba una camisa de cuadros abrochada sólo por abajo y por dentro una camiseta blanca con el cuello ancho, que dejaba intuir un pecho amplio y fuerte.


Le recogí en mi coche y fuimos al centro. Lo llevé a una terraza preciosa a tomar vino y charlar un poco junto al fuego, para camelarlo, ya tú sabeh. La táctica dio resultado: hablamos sin parar durante 2 horas, le saqué bastantes intimidades y 2 comentarios sobre lo guapo que estaba (la verdad es que yo ayer estaba muy guapo).

Luego le llevé a cenar a un sitio encantador del centro de Woodsboro. Escogí un restaurante que no fuese barato, por no parecer una pordiosera, pero que tampoco fuera muy caro, por no parecer pretenciosa (y porque tampoco soy rico). Pues le encantó. No paró de decir lo mucho que le gustaba el sitio y la comida, y que los precios eran muy baratos… se ve que el chico está montado en el taco. Gracias a mi excelente elección y mi interesante conversación, conseguí sacarle algún piropo más y hasta que se levantase un poco la camisa para enseñarme el vientre... me enamoró.


Cuando el camarero marica nos trajo la cuenta y metí la mano en el bolsillo, él, muy caballeroso, me hizo un gesto seco y contundente con una mano mientras con la otra sacaba su tarjeta de crédito y me decía “yo invito” con una sonrisa encantadora.

Luego, dando un paseo, estableció contacto físico estratégicamente. Primero agarrándose a mi brazo para tocarse el tobillo porque le dolía (tiene un esguince) y luego chocando su hombro con el mío cuando yo le hice alguna broma para picarle en plan picarón.
Al final de la noche, cuando le dejé en casa y paré el coche, charlamos un poco más antes de despedirnos y nos besamos…





¡HORROR!
¡BESABA FATAL!





Después de un mes trabajándomelo y una cita de 6 horas encantadora, resulta que no sabe besar. Tenía el brazo abrazándome el cuello y hacía fuerza con él para mantener nuestros labios tan pegados que hasta me dolía un poco. Abría demasiado la boca y movía la lengua regular, además de tener una de las barbas más duras con las que me haya encontrado…
Creo que el pobre estaba muy nervioso y tenía muchas ganas, por eso tanta agresividad. Conseguí calmarle, que dejase de apretar y tener un beso más suave y agradable, aunque los he tenido mejores... mucho mejores.


Así que no sé. La cosa acabó quedando a medias… Por un lado me excita mucho, tiene un cuerpo y una cara que me fascinan y es educado, simpático y adinerado. Pero por otro lado besa mal (aunque tengo que darle otra oportunidad), no tenemos absolutamente nada en común y va demasiado deprisa con las muestras de afecto y los apelativos cariñosos…

Quiero tirármelo, pero no quiero herirle ni crearle expectativas erróneas...

Es muy duro ser yo.



P.D.: Mensaje que acabo de recibir de él:
Wapoooooo... ñam ñam, que anoche me quede sin bat!! Muchas gracias! Me encanto toodoooo!!! :) hablamoooos!! Wapo wapo wapo

viernes, 20 de enero de 2012

Medianoche en Woodsboro, por Wallace Wells.

Siempre me pasa.

Cuando salgo del trabajo por la noche, derrotado me subo en el autobús nocturno hacia mi casa y me enamoro locamente de cualquier desconocido.

Suelen ser chicos que, como yo, se sientan solos y se pasan el viaje mirando abatidos por la ventana.

Cuando he divisado al que será mi pareja esa noche durante treinta minutos y catorce paradas enciendo el iPod y escucho alguna canción bonita, normalmente a piano para crear un ambiente relajado y elegante. De pronto llevo traje de chaqueta y corbata. El motor del autobús, al fondo, ya no es un motor sino una enorme chimenea y los focos halógenos delicadísimas lámparas de araña del siglo XVI por lo menos.

Es entonces cuando me levanto del asiento. Mientras me dirijo a mi objetivo otros pasajeros del autobús se giran para mirarme. Una pareja de caballeros rellena sus copas con alcohol y cuchichea a mi paso. Probablemente estén apostando con dinero a mi éxito o mi fracaso. Un señor muy mayor me inyecta su mirada de enfado, seguramente porque mi boba ilusión le recuerda a cuando era joven y le robaba los primeros besos en el cuello a su ya difunta esposa. Casi a punto de llegar, una mujer rumana de mediana edad me guiña el ojo dándome los últimos ánimos que necesitaba mientras fuma tabaco con boquilla y se atusa las plumas de su estrafalario tocado.



Llego hasta el chico. También tiene traje de chaqueta y corbata. Me presento. "Hola, soy el amor de tu vida". "Hola, yo soy el de la tuya". Hemos conectado.

Le doy la mano y lo llevo a la parte más especial del autobús, donde los asientos son de rojo terciopelo. Esta noche no son para minusválidos ni embarazadas, esta noche son los asientos para enamorados. Un adolescente con pelusa bigotera que estaba repanchingado en uno de ellos se levanta de un brinco al vernos y nos los cede educadamente.

Algo huele muy bien. El conductor, que ya no es conductor sino cocinero, prepara riquísimos platos desde su puesto. En una olla nuestro amor se cuece a fuego lento. Durante la cena trato de conquistarle con una mezcla de conversación inteligente y humor tonto. Da resultado.



Fuera del autobús hace frío y es tarde. A cuarenta kilómetros por hora las luces de los comercios cerrados y las farolas se funden formando olas rizadas de colores. Es precioso. 




Ha llegado el momento. Aprovecho que se está riendo por algo que he dicho para poner mi mano sobre la suya. Se sonroja ligeramente. Un pequeño bache en la carretera obliga al autobús a hacer un movimiento brusco y me agarra la mano con fuerza, y entonces nos besamos. Uno de los caballeros al fondo le da un billete de cincuenta al otro, que lo celebra rellenando de nuevo las copas de ambos.

El autobús frena, es mi parada. Me bajo. Un piano sigue sonando en mi iPod. Recorro el camino hacia mi casa sonriéndole contento a los muros y cantándole a las señales de tráfico, como el conquistador irresistible que soy.


Los domingos por el fútbol me abandonas, por Cameron Tucker.

El Ruso y yo estamos en crisis. Eso es una verdad incuestionable. Nuestros modus vivendi nos separan a pasos agigantados.
Creo que está picado conmigo. Resulta que, en las últimas dos semanas, yo he tenido que modificar la fecha de nuestras citas (eso sí, con un tiempo de antelación respetable y siguiendo las normas del protocolo) por motivos que, a él, le parecen un poco peregrinos: ir al ballet y a cenar con mis hermanas Wallace y Emmett. Y parece que al chico no le ha parecido bien. O eso o es que pasa de mi culo. Y cualquiera de las dos opciones es un drama.
Pues bien, el miércoles salía del trabajo (una jornada de trece horas de corrección de exámenes y trabajos de mis queridos alumnos) y me disponía a montarme en el coche para irle a recoger cuando, por las buenas, me llama.

El Ruso: Cameronnnn... ¿qué pasa...? (Él siempre habla como con puntos suspensivos... probablemente es una consecuencia de su adicción a la marihuana).
Cameron Tucker: Poca cosa... Aquí, saliendo del trabajo y deseando verte. En quince minutos estoy en tu casa. (Sí, puede que quedase, un poco, de ansiosa y de cachondona)
E. R.: Mira... Eh que... (El Ruso nunca termina del todo una frase) Semabía orvidao que eshta noche... Que ehta noche... Era er partío... Y había quedao con unoh colegah pa'vel-lo...
C. T.: ¡Ah! (Hundido y chafado, pero intentando mantener la dignidad) ¿De fútbol? (Yo que sé... podría ser de otra cosa... De Volley, por ejemplo). 
E.R.: Aro... El Partido (Lo dijo como con mayúsculas)
C.T.: ¡Ah! Y eso... ¿dura mucho? ¿quedamos después?
E.R.: Eh que... dehpué ya noh tomaremoh argo y noh fumaremoh argún porrillo... (Yo creo que esto lo dijo para disuadirme de autoinvitarme)
C.T.: Ah... bueno pues... ya nos vemos otro día, ¿no? (Nunca termino de estar seguro de lo que El Ruso quiere decir o quiere hacer)
E.R.: Aro, Aro... (Significa "Sí, por supuesto", creo)
C.T.: Pues... ¡que gane el mejor! (Mi inexperiencia en lo relativo a conversaciones deportivas es más que evidente)
E.R.: (Silencio pensativo) Sí... Un abrazo. 
Y me colgó.

No es que yo quisiera que me invitara. No es que yo quisiera pasar la velada con un grupo de postadolescentes eruptadores dueños de perros asesinos. No es que yo quisiera pasar el resto de la velada intentando inspirar volutas de oxígeno entre humo pestilente... Pero tampoco habría estado tan mal que me invitase, ¿verdad? Pues eso es lo que digo yo...

Aunque si tengo que ver, por primera vez en mi vida, un partido de fútbol en la tele no estaría mal hacerlo primero en privado para que se me explicasen las reglas básicas y tal, antes de acudir a un evento público de esta naturaleza y avergonzar a nadie.

Esta semana hace cuatro meses que... "yacimos juntos" por primera vez. Y seguimos viviendo en mundos distantes, paralelos y sin lugares o personas comunes. Y, además, acabo de descubrir que incluso nuestros calendarios de festivos son diferentes. Ya me podía yo haber ligado a una mariquita cualquiera que santificase los mismos días que yo: oraciones vespertinas la noche de Eurovisión, enarbolamiento de bandera a finales de junio, etcétera, etcétera. No, yo me tenía que pillar por un postadolescente con abdominales y genes siberianos, sin oficio ni beneficio y con adicción a los perros de razas mortales, los vehículos de motor y las drogas blandas. Un show.

Si es que, hijos míos, yo me lo guiso, yo me lo como. Yo solito soy el que se busca los problemas. Si cuando todo esto acabe me veis llorando, tenéis permiso para abofetearme.

domingo, 15 de enero de 2012

Cualquier cosa menos normal, por Wallace Wells.

Yo soy gay

¡Surprise!



Pero no siempre fue así…

Me crié con una panda de niños salvajes muy adelantados sexual y drogadictamente. Yo era como un Mowgli de ciudad pero en vez de taparrabos vestía pantaloncitos de pana. A los trece años las boqueras pasaban de unos a otros como estampitas en el recreo. Y las drogas… aaaah, aquéllos tiempos en los que no había dinero ni para tabaco… Tanto era así que un día hasta nos fumamos una propaganda enrollada del Supersol.

En una ocasión a mi mejor amigo y a mí nos invitaron a una fiesta de cumpleaños donde iba a haber muchas chicas así que emocionados –uno más que otro, la verdad- fuimos para allá. Recuerdo que yo llevaba una camiseta en la que aparecían dos extraterrestres follando y debajo rezaba Escaliente X que causó sensación. A los trece años, si tenías suerte y ya te había cambiado la voz ligar estaba chupado. En esa fiesta encandilé a dos niñas, con tan mala suerte que una de ellas era la cumpleañera y yo decidí hacerme el heterosexual con la otra. Las noticias salieron a flote tan rápido como el gas de una botella de Fanta al agitarla y le explotaron en la cara a la anfitriona que llorando nos echó de la fiesta a mi amigo y a mí.

También recuerdo que por aquel entonces me empezaba a encerrar en el cuarto de baño a hacer trabajos manuales y me llevaba un póster de Ricky Martin y una foto de una mujer en tetas que había recortado de un anuncio de desodorante FA para no sentirme mal. Pocas cosas en mi vida me han costado tanto como tener que virar la vista de Ricky a las tetas en el segundo antes de eyacular.



Poco después conseguí una novia a la que yo quería de verdad e incluso llegamos a segunda base.

Comerse un coño no tiene nada que ver con chupar ostras ni almejas ni mejillones, lo tengo que decir. Es más como trazar el alfabeto árabe con la punta de la lengua. Es un truquito que comparto con todos ya que a mí no creo que me vuelva a hacer falta.

Y en fin, así fue llegando el final del Instituto, de los veranos del amor y de las fiestas petting, de las tardes de fútbol, bicicleta y phoskitos, de la Mtv, de robar latas de cerveza y chicles para el aliento, de pasar los días en la piscina desde la mañana hasta la noche.

Hasta que un chico me besó y lo complicó todo para siempre.

Aun hoy, siempre que tengo un día duro me tumbo en la cama con las luces apagadas, me pongo el primer disco de Avril Lavigne y lo canto en voz baja, mirando al techo. Me lo sé de principio a fin. Me recuerda a cuando todo era más fácil.


viernes, 13 de enero de 2012

Mal augurio, por Cameron Tucker.

Enero ha empezado de pena (de pene, que diría Emmett). Eran varias las señales que me llevaban a pensar que este mes no iba a ser brillante... pero yo las he ido ignorando hasta hoy. Y lo malo de enero es que sienta precedente y se puede convertir en anticipo del resto del año.
Esta es la lista de acontecimientos que me hacen pensar que, tal vez, este año no ha empezado con el mejor pie:

- De la Nochevieja recuerdo dos cosas: que sólo pude comerme 8 uvas y que me sentaron mal.
- Nada más poner el pie en mi trabajo después de Reyes me encontré a mi jefa de frente. Exclamé: "¡¡¡¡¡Feliz año!!!!!" como si se me fuese la vida en ello. Ella me miró de arriba a abajo, levantó el labio y, mientras se iba, murmuró: "Ah... buenos días...".
- Fui a las rebajas de Zara Home y ya no había ni rastro de un precioso marquito de foto de madera envejecida y color rosa palo al que le había echado el ojo hacía un mes, y para el que ya tenía ubicación prevista en mi casa.
- Creo que en 2012 soy menos listo que en 2011: me pasé tres días encerrado en casa para hacer un informe que, en circunstancias normales, habría tardado 24 horas.
- En mis propósitos de Año Nuevo juré y perjuré que me pondría a dieta estricta y bajarías muchísimos kilos a partir del 9 de enero... Hoy es trece. ¿Vosotros me habéis visto comiéndome una manzana? Pues yo tampoco.
- Y hoy, cuando salía de fnac con el regalo de cumpleaños de Emmett recién comprado y me dirigía primero al cine a ver "La dama de hierro" y después a la celebración oficial de la onomástica de mi amiga y compañera de fatigas, voy y, mientras maniobro, me como un extintor colgado de una columna y mi luna trasera salta en mil pedazos. Lo que se traduce en una cancelación de todos los planes, una humillante vuelta a casa en un coche pseudodescapotable que iba dejando un rastro de cristalitos por la carretera y una factura de 160 euros. Total, un drama.

Y es que la culpa la tengo yo. He empezado con mala pata por no haber cerrado de forma apropiada todas las cosas relativas al 2011: y no sólo me refiero al cerro de 150 exámenes y otros tantos trabajos sin corregir que tengo de mis alumnos del máster desde diciembre... Me refiero a otras cosas, más suculentas y truculentas, que no estoy llevando con la madurez e integridad que me caracterizan... Y es que, por mucho que yo sea un gran jugador en diversos asuntos de la vida, en lo referente al amor sigo siendo un torpe principiante. 

martes, 10 de enero de 2012

Happy birthday Mister Honeycutt.

Hasta ahora, jamás me había preocupado cumplir años.
Si por algo se me conoce en Woodsboro es por ser una moza jovial y pizpireta, por mi cabellera de revista y mi cutis perfecto que desafía constantemente las leyes de la naturaleza. Siempre he aparentado menos edad de la que me corresponde, por lo que los cumpleaños no suponían un gran drama para mí.


Pero por varios motivos, este año me hubiese gustado parar el tiempo para no cumplir los terribles 25:

Aunque he conseguido mantener exactamente el mismo peso durante las Navidades gracias a la perfecta combinación de ejercicio y comilonas, las expectativas de perder peso en Enero-Febrero se difuminan un poco. Se ha cancelado la dieta en casa debido a la operación de juanetes de mi madre, y la vuelta a las clases me deja sin tiempo para hacer tanto ejercicio como quisiera. Voy a tener que sacar fuerzas de dónde no las hay para sustituir las horas de sueño por horas de ejercicio, además de resistirme a una de las tentaciones que más me gustan en el mundo: comer.


Yo soy una de esas personas que tanto odia Cameron que no saben qué hacer con su vida. A pesar de que este año terminaré mi segunda carrera y que, a primera vista, pueda parecer un chico de éxito, lo cierto es que mis ambiciones son tan grandes que se tornan casi imposibles, y la pereza y apatía en las que estoy sumido desde hace un par de años me impiden generar más textos que estos que aquí leéis, por lo que tampoco es que haga mucho por solucionarlo…
Me estoy empezando a ver como uno de esos encargados de restaurante de comida rápida de 50 años y, sinceramente, me aterroriza.

Es mi tercer cumpleaños consecutivo soltero. Y lo digo como si yo tuviera una lista infinita de exs y esto fuera algo sorprendente en mí, cuando es más raro verme con pareja que en bragas y tacones. Después de un reciente fracaso sentimental, actualmente me debato entre dos fornidos hombres. Uno es un chico pijo de la jet set con carita de cateto bonachón (pero muy morboso) que bebe los vientos por mí a pesar de que aún no nos conocemos en persona, lo cual me molesta bastante. Está muy motivado con el tema y me acaba de mandar un mensaje de cumpleaños que incluía la frase “siento no A VERTE llamado”… El otro es un espécimen perfecto de hombre, con un bronceado natural, un cuerpo de escándalo (especialmente el culo) con un vello estratégicamente repartido y una sonrisa matadora. Pasamos una encantadora tarde antes de Navidad llena de sexo, charlas y duchas juntos. Maravilloso. Tiene pintas de hetero, juega al War of Warcraft y tiene un trabajo estable y apartamento propio. Por elegir, me quedaría con el segundo, pero empiezo a sospechar que pasa un poco de mí…
Lo cierto es que, aunque los dos estuvieran loquitos por mí, acabaría aburriéndome de ambos muy pronto. Para el sexo soy muy liberal y de mente abierta, pero a la hora de encontrar un hombre que me enamore tengo las miras demasiado altas, por lo que mi única opción acaba siendo la soltería y la soledad. Terrible.


Así que así estamos. Yo de mozo pensaba que con esta edad mi vida estaría más que resuelta: tendría mi propio piso en el centro de alguna gran ciudad, estaría haciendo ya mis pinitos en el mundo del cine y tendría un novio maravilloso que se quedaría a dormir en mi casa casitodas las noches, ambos con unos cuerpos esculturales dignos de The Raging Stallion. Y en lugar de eso estoy así.


Cumplo un cuarto de siglo (que dicho así me aterra) y no tengo ni salud, ni dinero, ni amor. Esto es peor que cuando Björk se quedó cegarruta… por lo menos ella tenía su propio musical.



Emmett.

lunes, 9 de enero de 2012

El tesoro de Tutankamon, por Cameron Tucker.

Anoche me sentía tremendamente orgulloso de mí por ser capaz de cumplir uno de mis dos objetivos de Año Nuevo, y apagar el ordenador antes de las doce de la noche en días laborables. Nada me hacía presagiar, cuando comencé mi ración diaria de lectura, que esta noche sólo dormiría una hora y cuarenta minutos. Además, después de dos semanas de relax navideño, hoy he vuelto a mi jornada de doce horas laborables. Imaginaos cómo tengo el cuerpo. Y, encima, esta noche voy al ballet. 

Resulta que esta Navidad no he hecho nada útil por la humanidad, ni por la ciencia. Ha sido todo una amalgama de citas sociales, vida familiar, tiempo para mí y literatura. Malditos demonios del ocio, los hombres y los libros que tan terribles hábitos me han llevado a tener durante estas vacaciones. Mi media ha sido acostarme a las cuatro de la mañana, levantarme a las doce y dormir una siesta de un par de horas. Así que cuando anoche intenté dormirme a la una, mi cuerpo me hizo un corte de mangas. Dándome cuenta de que iba a ser imposible conciliar el sueño, volví a encender mi lámpara y seguí con mi libro. Y es que Michael Cunningham es tremendo; y su último libro, "Cuando cae la noche", del que me he leído 250 páginas en dos días, tiene la mezcla perfecta de glamour, arte, Nueva York y erotismo para mantenerte en vela. De momento, y a falta de terminarlo, no tiene demasiado que envidiarle a su obra más laureada, "Las horas". 

Y tanto leí que me dieron las cinco de la mañana. Los pájaros empezaban a cantar y mi despertador iba a sonar en dos horas, pero mi cabeza, mi bendita cabeza, empezó a recibir una avalancha de imágenes perturbadoras que le llevaron a pensar en cómo debería ser mi funeral. Así somos los intelectuales: la gente normal cuenta ovejas, nosotros pensamos en lo efímero de la juventud, lo injusto de la belleza y lo ineludible de la muerte. 

Llegué a varias conclusiones que quiero dejar aquí plasmadas, para que mis hermanas Wallace y Emmett (más jóvenes, amén de más alocadas, que yo) se encarguen de hacer prevalecer mis últimas voluntades. 

- Quiero que mi velatorio tenga lugar en suelo NO santo, y que tenga una estética lorquiana. 
- Quiero que, después, se celebre un encuentro de amistades, sin mi cuerpo presente, sin cura y sin iglesia, en el que se venere mi vida, se escuchen mis canciones y se lean trozos de mi obra. Quiero que haya una foto mía en tamaño A3 de cuando estaba delgado y tenía pelo, en sepia, en un lienzo con paspartú. Quiero que suene, especialmente, esta canción:



- Quiero que se me incinere. Aún no he decidido donde quiero que se esparzan las cenizas. Pero quiero que, dentro de mi ataúd, vayan una serie de cosas: mis pequeños tesoros faraónicos.
 

> La Constitución Española de 1931. 
> Una bandera del orgullo. 
> Mi birrete verde de doctor. 
> Una copia de "Orgullo y prejuicio".
> Una copia de la que, por entonces, sea mi obra más célebre. 
> Una foto de mi madre, cuando era joven. 
>Un muñeco de un unicornio.

Y nada más. Esas son las indicaciones de cara a mi muerte, y así quedan por escrito formalmente, estando yo en pleno uso de mis facultades.