martes, 31 de enero de 2012

Primer verano, por Wallace Wells.

Cuando era pequeño mi madre tenía una costumbre muy fea: enviarme en las vacaciones a campamentos de verano. Con trece años tuve que pasar una semana en unas montañas con otros pre-adolescentes que acababan de descubrir lo que era la masturbación. Si los crímenes del Lago Cristal se hubieran cometido con lefa en vez de sangre habríamos hecho una perfecta reconstrucción. Pero vayamos por partes, pues además del sexo y el terror también hubo lugar para el nacimiento de mi primer AMOR.

Al llegar, un hombre y una mujer hacían crucecitas al lado de nuestros nombres. Eran nuestros monitores. Ambos tenían unas larguísimas cabelleras negras, como indios norteamericanos o como la Pantoja, y medían más o menos lo mismo. De espaldas eran prácticamente idénticos. Además, eran hippies y pareja, así que a menudo ella llevaba la ropa de él. Todo esto provocaba siempre hilarantes episodios de confusión entre la muchachada, pues hasta que no los veías de frente nunca estabas seguro de si era Monitor o Monitora. La única diferencia es que Monitora iba siempre pegada a una guitarra tocando canciones sin parar.

Las habitaciones estaban divididas en habitaciones para chicas y habitaciones para chicos. A mí me asignaron una de chicos. Tenía dos compañeros, uno feo y Él. Desde el principio Él y yo hicimos muy buenas migas. Él practicaba natación y yo jugaba al baloncesto, y aplaudió mucho mi idea de haberme llevado al campamento un walkman con el Grandes Éxitos de Michael Jackson –también había traído el de Roxette pero lo escondí hábilmente al fondo de mi mochila y nunca se lo dije-.

A las ocho de la mañana Monitora recorría los pasillos despertándonos a todos con su guitarra para ir a desayunar. ¡Cómo odiaba esa guitarra! El desayuno consistía en unas tristes galletas María y zumo de naranja concentrado. A Él y a mí nadie nos dijo que el zumo concentrado había que diluirlo en agua para beberlo y al tercer día teníamos ya una diarrea que no tosíamos por miedo a cagarnos encima. Y tras los desayunos pues las típicas actividades de campamento: deportes, rutas con animales, manualidades, …

En uno de los cambios de una actividad a otra, Él me dijo que le siguiera por un huertito de lechugas, que íbamos a fumar. Obviamente no teníamos cigarros ni mechero pero Él había robado de la cocina unas cerillas y un tronquito de canela. En ese momento me pareció un héroe. Él le dio la primera calada y luego me lo pasó a mí. Entre el olor, el sabor de la canela y los restitos de saliva de Él, me imaginaba que le estaba besando en una pastelería turca.

Todas las noches antes de dormir, caían uno o dos pajotes en la habitación. Cada uno se trabajaba lo suyo, eso sí, que Él era hetero. Yo me imaginaba siempre a Él.



Mi fantasía era que nos peleábamos entre sacos de canela y acabábamos destrozándolos y revolcándonos entre las lechugas, y la canela y las lechugas se mezclaban mucho embriagándolo todo de aroma y sabor. Probablemente también sea la fantasía de Ferrán Adriá.

Como decía, esto de los pajotes pasaba todas las noches. Todas menos una, pues por la tarde había estado comiendo galletas en la cama y por la noche se había llenado de hormigas. Fui a hablar con Monitor:

- Monitor, Monitor, mi cama está llena de hormigas, ¿qué hago?
- No soy Monitor, soy Monitora. Pregúntale a Él si puedes dormir esta noche con él.



Otra noche Monitora nos llevó a los mayores al bosque a contarnos historias de miedo. Yo no estaba muy conforme.



Nos sentó en círculo y empezó con los relatos cuando de pronto salió de detrás de un árbol un tío con una sábana gritando –era Monitor- y todos salimos corriendo con el corazón en la boca. Con la estampida tropecé con la maldita guitarra y se me rompió una chancla. Cuando se lo conté a Él me dijo que se la dejara un momento y eso hice. Me devolvió la chancla arreglada.



Y así pasó la semana y terminó el campamento. Mientras Monitora tocaba unas canciones tristísimas de despedida iban llegando nuestros padres a recogernos. Los padres de Él llegaron antes que los míos. Yo le veía hablar con ellos y hubo un momento en que me señaló. Al poco vino hacia mí con un papel donde había apuntado su dirección y su teléfono de casa. Y se fue. Monitora seguía tocando la guitarra. Quería meterle la estúpida guitarra por el coño –desde luego hay gifs de cualquier cosa, ¿eh?-.


1 comentario:

  1. Ay Wallace, ay... Búscale en FB y retoma esa historia tan preciosísima!!! <3

    Cameron

    ResponderEliminar