viernes, 30 de diciembre de 2011

Arroz Salvaje, por Emmett Honeycutt.

Como ya ha comentado Wallace, estos días hemos hecho una visita a uno de mis mejores amigos, que se está tomando un retiro forzado en la casa de sus padres, en un pequeño lugar dejado de la mano de Dios a dos horas de distancia de Woodsboro.

Durante todo el camino de ida intenté advertir a Wallace de lo que allí nos íbamos a encontrar: una especie de chabola llena de humedades y escombros en mitad de una carretera desierta; una madre de 50 que físicamente aparenta 70 pero mentalmente sólo 10 y que está, a todas miras, loca del coño; y una pequeña perra del demonio. Efectivamente, lo primero que pasó nada más llegar fue que la perra me mordió sin venir a qué y la madre empezó a defenderla diciendo que “su hijita” es muy buena y que no me había mordido…

De todos es sabido que en este curioso lugar la gente está como las tormentas (como diría Cameron).

La noche de ayer fue una completa locura… Después de unas tapas, vino dulce y copas, nos fuimos bastante contentillos a un concierto que tenía a todos como locos pero que a mí me la traía al fresco más bien. Ni siquiera el cantante de la banda, nuevo sex symbol del panorama modernillo actual, me llamaba la atención…
Al final el grupo bien, mucho baile y mucho macho… Una vez terminó el concierto mi amigo, enamorado hasta las trancas del cantante, se le acopló toda la noche y pasó de nosotros como de la mierda. Wallace y yo estuvimos bailando con las chicas y hasta con un miembro de la banda que nos tenía a las dos loquitas… Mientras nosotras nos manteníamos contentillas pero elegantes y justamente contenidas, el resto no paraba de beber cerveza como hooligans. Total, todos ciegos.



Una acabó enrollándose con uno del grupo que a mí también me ponía mucho (me ponían los 5, para qué negarlo). Otra no paraba de acosar al cantante y acoplarse en todas las fotos junto a él a pesar de saber perfectamente que era marica. Nuestro amigo dividía su tiempo entre el cantante, al que también acosaba pero de manera más disimulada, y su ex novio y por muchos años enemigo acérrimo, mientras el novio actual se daba besitos con un camarero de padre y muy señor mío (hetero). Después del intento de agresión del novio actual al ex-novio a grito de “¡¡EN MI PUEBLO NO!!”, nos empezamos a dar cuenta de lo borrachos que iban todos y de que teníamos que tomar medidas.



Cogimos a la parejita problemática, que había estado toda la noche a caballo entre los gritos de odio y el besuqueo amoroso (como siempre) y nos los llevamos para casa, no sin antes forzar a uno de ellos a vomitar mientras el otro le metía los dedos. Desde el coche podíamos escuchar el sonido del vómito mezclado con llanto y con un “te quiero mucho bebé”.

Al llegar a casa, como era de esperar, liaron la gorda. Uno estaba casi inconsciente y no podía más que tirarse a la cama, mientras el otro, que estaba convencido de que estaba sobrio, no paraba de acusar a su novio de que había bebido mucho y le amenazaba con irse. Wallace y yo nos dábamos codazos debajo del edredón aguantándonos la risa…



La tontería de estos dos nos mantuvo cerca de una hora despiertos innecesariamente, que sumado a la hora de adelanto con la que sonó el despertador de uno de ellos, hicieron un total de 3 putas horas de sueño…

Wallace y yo nos levantamos, desayunamos una Coca Cola y un vaso de leche respectivamente y recogimos nuestras mochilas, que la madre loca había colocado estratégicamente justo al lado de la escupidera del abuelo, bien cargadita de orines…

El viaje de vuelta a Woodsboro lo hicimos como dos zombies.



Ennis del Mar, por Cameron Tucker.

La primera vez que El Ruso me besó estábamos en mi habitación, hacía cinco minutos que nos conocíamos y el verano se empezaba a esfumar del calendario. Hoy, una estación después, y ya en invierno, hemos tenido nuestra primera discusión. 

Me gustaría poder contar que en aquel momento mágico sonaba una canción preciosa, mítica y romántica... pero, en realidad, Britney gemía desde mis altavoces. Antes de tocar a El Ruso, ya estaba embriagado por su olor. Antes de que me besase, ya me temblaban las piernas. Ninguno de los dos sospechábamos que ese momento, que ese beso, era tan importante para el otro: yo nunca había besado a un chico tan guapo, él nunca había besado a un chico. Pero de eso no me enteraría hasta mucho después. 

Sus aires de cowboy ya se habían dejado intuir en sus sinuosos y seguros andares por mi pasillo: como el que conoce el terreno, como el que domina el momento. Pero fue cuando sus manos se posaron en mí cuando, realmente, sentí su fuerza telúrica, su firmeza ancestral. Sin yo saberlo, el mismísimo Ennis del Mar se había colado en mis tierras.

Sus manos (recias, viriles) me estremecieron ese día como lo han seguido haciendo estos meses después: haciéndome sentir protegido, deseado, en manos expertas. El Ruso consiguió, contra todo pronóstico, saltar las barreras autoimpuestas y, poco a poco, asentarse sin estridencias en los salones más privados de mi corazón. 

Después de un tiempo compartido (que en aquel momento pareció glorioso, pero que el tiempo demotraría que era fácilmente superable por ambos) pensé que El Ruso era un regalo del destino del que sólo podría disfrutar una vez... Pero esa vez se repitió, una y otra vez (siempre sintiendo que podría ser la última) y, lejano ya aquel septiembre, ha llegado la navidad. 

Y yo, tan inseguro como enamoradizo, tengo que reconocer que estoy loco por El Ruso. En todo este tiempo he estado muy contento y orgulloso de "lo bien que he llevado este tema". Al fin y al cabo, la presencia de Curvy Love era un secreto a voces, y viéndonos sólo un par de veces por semanas, tampoco sabía en realidad mucho de qué hacía El Ruso en su cotidianidad... Pero con el tiempo llegó el apego, y con el apego, las preguntas. 

Lo mejor de El Ruso, además de su apariencia de modelo, de su virilidad y de la forma en que besa, es que nunca pone problemas y que todo le parece bien. Él es justo lo que yo quería: alguien sencillo, que no se complicase ni me complicase la vida... Pero un par de acontecimientos en las últimas horas (mi encuentro fugaz con Curvy Love en una tienda de Woodsboro, la fortuita aparición de una foto de ésta en una red social...) han llevado a que yo complique una relación que sólo se sostenía en la simplicidad. Y a El Ruso le ha sentado fatal, pero fatal fatal. Me ha soltado cuatro frases cortas y sin terminar, me ha dicho que él no sabe nada de ella, y me ha pedido que le lleve a casa. Y se ha bajado del coche sin mirarme, sin girarse desde la acera como hizo sólo hace unos días.

Herir a El Ruso ha sido como abofetear a Bambi. Y yo me siento muy culpable.


Arroz Salvaje, por Wallace Wells.

Como tenía dos días libres lié a Emmett para irnos en su coche a un pueblecito a las afueras de Woodsboro, pues los Miss Caffeina tocaban allí y podíamos aprovechar para visitar además a un nutrido grupo de putitas y maricones que tenemos por amigos viviendo en el pueblo.

No recordaba yo lo que bebían esos animales.

En un momento ya entrada la madrugada miré a mi alrededor y vi: al camarero del pub dándole picos a uno de nuestros amigos mientras su novio sonreía y le abrazaba por detrás y un colega hetero azuzaba al trío gritando histérico. Una de nuestras amigas le metía cuello a un miembro de la banda y otra acosaba al resto. El enemigo número uno de nuestro anfitrión en el pueblo aparecía, no sólo en el concierto, sino también en el pub acompañado por un gremlin enano y orejón y era objeto de amenazas y una especie de puñetazo-caricia por parte del chico que recibía picos en la barra. Una amiga bollera intentaba superar una ruptura harto dolorosa desgastando las teclas de su móvil sin parar, y otra daba tumbos tratando de aceptar que su novio estaba obsesionado con ella. Un cuadro de Chewaka en traje de corbata presidía la entrada a los baños.

Tengo un moratón en el costado por cada codazo que Emmett me daba para avisarme de que algo interesante estaba pasando.






miércoles, 28 de diciembre de 2011

Curvy Love, por Cameron Tucker.

Wallace y yo nos acoplamos anoche a la fiesta de navidad de los amigos de Emmett. En el local en el que se celebró (un encantador estudio artístico propiedad de una de las asistentes, en pleno centro de Woodsboro) reímos, bailamos y comimos. Comimos. Pero mucho mucho.

A mí no me importa que comiésemos tanto por dos cosas: porque, por fin, se demostró, gracias a mis magistrales recetas de familia, que podría llamarme, perfectamente, Cameron Van de Kamp; y porque, por muy lejos que esté de mi peso ideal, esta navidad el mundo es un buffet libre para mi persona, ya que después de Reyes voy a empezar una estricta dieta que me llevará a retomar las riendas de mi silueta. 



Y no es que yo tenga ningún problema con mi peso, au contraire. Yo soy curvy, siempre he sido y siempre lo seré: lo acepto y lo llevo con orgullo. Soy listo, encantador, divertido... y curvy. El mundo se ha empeñado en invisibilizar a la gente que no se rige a unos estrictos cánones de figura, pero yo me empeño en hacernos visibles. Si me voy a poner a dieta no es por poderme poner vaqueros más ceñidos, ni por ser más atractivo para los otros hombres: lo haré por comodidad, por salud y por no pasar un verano tan terriblemente caluroso como el pasado. Los curvys tenemos una temperatura corporal más alta que los delgados, eso es así y hay que asumirlo... pero en vistas de lo radical del cambio climático, mejor será adaptar mi cuerpo a las altas temperaturas de cara a la óptima supervivencia.

Si algo nos ha demostrado Adele es que se puede ser joven, listo, exitoso y curvy. Y como yo me acepto como curvy, el mundo me acepta como tal. Bueno, todo el mundo... menos mi jefa. Mi jefa es una catedrática de metro y medio, setenta años y cuarenta kilos que odia a dos cosas por encima de cualquier otra: a los gordos y a los gays. Y conmigo tiene el pack completo, oiga.

Mi jefa me odia. Me odia desde el día en que me vio. Me odia todas las horas del día. Y no sólo me odia a mí: odia mis comentarios, mis gustos, mis zapatos... y puede que, incluso, mi cara. Y no se empeña, precisamente, en ocultarlo. Cuando ya me había acostumbrado a que no me devolviese los buenos días (o que, como mucho, me lanzase un gruñido matutino) se ha tomado las suficientes confianzas conmigo como para juzgar y dar consejos sobre mi vida.

La semana pasada yo estaba trabajando en un Congreso Internacional de Literatura Comparada que organizaba mi Facultad cuando, cerca de la una de la tarde, después de cinco horas de colgar carteles, recibir ponentes, repartir materiales... fui a la cafetería y me compré un sandwich. Mientras me lo comía, sentadito en una esquina del hall de mi facultad, la vi aparecer por la puerta principal y supe que se avecinaba el drama. Sus ojos de comadreja me localizaron a unos cincuenta metros de distancia y, dejando de lado cualquier cosa que fuese a hacer, se dirigió en linea recta hacia mi persona, cruzando el gigantesco hall marmóreo como un búfalo migratorio. Cuando estaba lo suficientemente cerca como para que yo ya sintiese su tufo a Chanel se paró en seco, me miró a los ojos, miró mi sandwich, miró mi barriga, y exclamó: "¡Después dices que no comes...! ¡¡¡JA!!!". Yo no supe qué responderle (sobre todo porque jamás le he dicho yo tal frase), así que sólo me quedé quieto, con los ojos muy abiertos y el gesto congelado. Unas milésimas de segundos después ella se giró, volvió a exclamar "¡JA!", y se metió en un ascensor, manteniéndome la mirada mientras se cerraban las puertas. 


Así que no, no podemos decir que todo el mundo acepta con la misma normalidad el tema de mi peso. Lo bueno es que quién más me debería preocupar en este sentido, El Ruso, sí que lo aprueba. De hecho su aprobación en este tema resulta inquietante. Y es que, let's be honest, los chicos con abdominales como los suyos no suelen salir con chicos con siluetas como la mía. 

Al principio de nuestra "relación" este hecho me inquietaba... pero intenté pensar en ellos como un regalo del destino que debía aprovechar hasta que se terminase. Pero conforme El Ruso y yo nos conocíamos, nuevos datos perturbadores surgieron a este respecto. El Ruso tiene dos exnovias. Sí, exnovias con A. Yo soy, parece ser, el primer varón con el que se ha entregado a los placeres viriles (aunque eso será otra historia). En una conversación postcoital, como el que no quiere la cosa, hablando de esto y de aquello, me dijo el nombre de una de ellas. Yo lo apunté en mi mente y, nada más llegar a casa y ayudado de google, elaboré un informe exhaustivo sobre la sujeto. Al encontrar la primera de sus fotos me quedé helado: la exnovia de El Ruso es tan curvy como yo. Y en ese momento, gracias a Wallace (y a su mordaz humor), quedó bautizada como "Curvy Love", en claro homenaje a la viuda del grunge. 

Desde ese momento empecé a ver que las similitudes corpóreas entre Curvy Love y yo, las dos únicas parejas sexuales conocidas de nuestro Macho Alfa, eran tremendas y (aunque Emmett diga, acertadamente, que no se puede considerar un fetiche, al igual que no puede ser considerado así salir con gente de peso medio) caí en la cuenta de que a El Ruso le gustan curvys... Y sólo puedo decir... ¡Bendito pseudofetiche!

lunes, 26 de diciembre de 2011

Body Talk: Part 1, por Emmett Honeycutt.



Como podéis ver, mis compañeras son chicas de carrera. Wallace es un hombre de provecho con un trabajo en un hotel de lujo (aunque pestoso) y una cuenta corriente digna de Mujeres Ricas, y Cameron es un cerebro con plumas, con sus tres carreras y dos másteres, y su trabajo de profesor en la universidad de nuestro querido Woodsboro.

Ahora me toca a mí hablar de mi herramienta de trabajo: mi cuerpo serrano.


Mi vida podría relatarse episódicamente siguiendo la estela de mis cambios físicos.
Nací ya rozando los 4 kilos, como un niño rollizo, sano y feliz. El bebé más guapo que jamás se haya visto (y puedo demostrarlo). En esa etapa la corpulencia está bien vista, es buena señal.

De niño, entre los 5 y 12 años, era un chico grandote, sí, pero no gordo. De hecho, las fotos ya muestran cambios considerables en mi peso, siendo en algunas un niño anchote y adorable, y en otras un canijo con pelazo  a lo Nick Carter. Era muy amanerado y alegre, y a pesar de eso era muy popular entre mis compañeros.

En la pubertad y comienzo de la adolescencia, de los 13 a los 16, fui un niño GORDO. Supongo que la aceptación de mi homosexualidad, ligada a mi alto nivel intelectual, conllevó hábitos culturales alternativos que no podía compartir con el resto de niños de mi edad. Aparte de las pajas con la fotonovela de la Bravo y el torso desnudo de Steve Guttenberg, me gustaba mucho leer y ver cine clásico en casa. Mientras mis compañeros jugaban al fútbol, yo pintaba o estudiaba. Cuando leían El Barco de Vapor o Harry Potter, yo estaba con Stephen King o Henry James. Cuando veían pelis infantiles o comedias adolescentes, yo me hacía maratones de Hitchcock y Billy Wilder. Cuando ellos escuchaban a Laura Pausini o Marta Sánchez, yo escuchaba… lo mismo.
Todo planes muy moviditos como podéis ver… Acabé lasecundaria como una adolescente enamoradiza, sentimental y muy cultivada de 122 kilos de peso. El término “rollizo” ya no era lo mismo.

El estrés de hacer bachillerato en un nuevo instituto me hizo perder unos 20 kilos en un verano, apareciendo entre mis nuevos compañeros como un joven guapete, simpático y simplemente rellenito. Así me mantuve hasta la universidad, lo que me permitió perder la virginidad con mi mejor amigo y primer gran amor: un chico negro que en ese momento me parecía el más papachongo del mundo.

Luego, durante la universidad pasé de ser un chico rellenito a ser un perfecto espécimen de moderna anoréxica, gracias a mi fuerza de voluntad que me hizo perder 10 kilos, sumado a una grave enfermedad con la que perdí otros 10. ¡Estaba fabuloso!

Este look fresco y actual, que me duró cosa de 2 años, me hizo encontrar marido: un chico muy guapo y muy marica que físicamente era mi prototipo de hombre perfecto, aunque con menos rabo, la verdad. Estuve 2 años con él, que me estuvo cebando como si pensara sacrificarme para las fiestas, y para cuando lo dejamos yo estaba triste, desamparado y hecho un auténtico adefesio gordo y seboso.

Como estaréis viendo, la montaña rusa que es mi vida emocional se refleja en mi cuerpo constantemente. Así que no fue de extrañar que volviese a adelgazar a la velocidad del rayo cuando me quedé soltero. Me apunté al gimnasio y comía menos (ya no me cebaban). Sinceramente: me habría follado.
Estaba mejor que nunca, y pasé un verano maravilloso junto a Wallace Wells en el que salíamos cada noche y nos ligábamos a un maromo más apuesto y varonil cada vez…




¿Y ahora qué?

Ahora, con la depresión de una nueva carrera que no me entusiasma en absoluto, la pereza y el sinsentido de mi vida, he dejado mi cuerpo de la mano de Dios, a la deriva entre chocolatinas, helado del Mercadona y una vida muy sedentaria… Peso: 103 kilos.
Así que he decidido que con el comienzo del año, o mejor dicho con el comienzo de las Navidades, voy a retomar la actividad física y a volver a ser el chico joven e imponente que era en el verano de 2010. De momento ya llevo 2 días con sesiones de footing intensivas, y contando…


Y es que, mi nivel de “ingresos” está decayendo considerablemente debido a mi deterioro físico, y necesito volver a ser la chica sexy que era antes, y sentirme querido por los hombres de nuevo…


Podéis considerar este blog, en parte, un seguimiento de mi plan para conseguir un cuerpo 10 y, quién sabe, quizás hasta presenciéis mi debut en el mundo del modelaje profesional.

Empezamos la cuenta atrás... Os seguiré informando.

Redrum, por Wallace Wells.


Mi trabajo consiste en ser recepcionista del hotel más terrorífico de todo Woodsboro y sobrevivir.

Al cruzar la puerta te inunda un olor nauseabundo, mezcla de alcantarilla, azufre y anís fuerte. El técnico dice que es un problema de tuberías pero yo creo que es un problema de brujería. La prueba está en que han intentado por todos los medios acabar con el mal olor pero cada vez huele peor, como si una presencia maligna se alimentara de nuestros intentos fallidos. Entre mis compañeros hay una broma recurrente sobre el mal olor. Dicen entre risitas que debe haber alguna limpiadora muerta desde quién sabe cuándo pero yo no me río porque sospecho que puede ser verdad y el día que saquen por el conducto de ventilación un esqueleto con cofia y delantal verás qué cachondeo.

Como el hotel está maldito muchos empresarios han intentado dirigirlo pero ninguno ha tenido éxito y cuando el edificio se ha alimentado de sus ilusiones los ha expulsado sin miramientos. Como ha pasado por tantas manos ahora tiene un aspecto de encantador abandono kitsch: la fachada está adornada con pinturas religiosas, mientras que el interior mezcla un enorme busto tailandés con cuadros de Ikea y una pieza de un molino castellano que parece un cockring gigante. Pero de entre todos los adornos el más aterrador es un óleo antiguo en el que aparece una mujer mirando al suelo y dándole la mano a un niño de espaldas. Sin embargo el niño tiene el cuello girado y mira al frente desafiante.

Mi teoría es que hay algo en ese cuadro que hace perder la razón a las personas y por eso a menudo suceden episodios escabrosos que no tienen explicación.

Una noche recibí una llamada desde una habitación quejándose por el alboroto en el pasillo. Subí únicamente armado con mi linternita y mis buenas intenciones y casi me da un infarto de miocardio al encontrarme en la oscuridad con la cara de una niñita con síndrome de down que se había escapado de su habitación.

Otro día que yo descansaba me llamó mi compañera por si sabía algo de una habitación que en nuestro programa aparecía vacía pero la cama estaba ensangrentada. Nunca descubrimos qué pasó.

Lo último sucedió hace pocos días. Un joven de apariencia normal entró al hotel y sin decir ni una palabra se fue directo al pasillo donde está el cuadro encantado. Yo me quedé mosca pero seguramente estaría chateando así que no hice caso. Hasta que de pronto empiezo a oír ruido de agua caer, como una pequeña catarata. Lenta y silenciosamente me acerco al lugar de donde provenía el sonido y antes de darme cuenta estaba pisando un enorme charco de pis. El joven se subió la bragueta y salió disparado pisoteando su propia meada y poniéndome la recepción perdida. Como no encontré a ninguna limpiadora viva tuve que limpiarlo yo.

Juro que cuanto más fuerte fregaba más sonriente me parecía el niño del cuadro.

domingo, 25 de diciembre de 2011

El tártaro de las estrellas, por Cameron Tucker.

La historia de cómo conocí a "El Ruso", el joven que frecuento desde septiembre, es mágica y vinculada a episodios de mi pasado reciente. Pero mágica de verdad.
Este verano estaba haciendo un viaje como mochilero por los Balcanes cuando mis amigos viajeros me empezaron a preguntar sobre mi vida sentimental. Harto de desengaños, y con el compromiso  de mi segundo marido (CON UNA MUJER) aún demasiado reciente, intenté huir del amor, deshacerme de los hombres para siempre, cerrar mi corazón a cal y canto para tirar la llave al plácido Mar Adriático.
Así, en Zadar, sentado al atardecer en unas escaleras llenas de musgo que acaban en el mar y que, por medio de un complejo sistema de tubos, hace que las olas y las corrientes produzcan una misteriosa música marina, hice un conjuro, que en un principio no pensaba que tendría consecuencias pero que, poco después, volvería a mi vida en forma de flashback de mis propias palabras.


Inspirándome en "Prácticamente magia" enumeré las cualidades imprescindibles que un hombre improbable, ficticio e imaginario debería reunir para entrar en mi vida. 
Y esas cualidades eran no sólo contrarias a mi forma de vida, sino también, por contraposición, a la de mi segundo marido. 


Y es que, este hombre nacido de la tierra y, a la vez, llegado de las estrellas, debía ser telúrico, primigenio, básico, sencillo. Debía ser capaz de trabajar con sus propias manos, de construir, de crear. Tenía que vivir al instante, sin la sombra de un futuro que atenazase su vida, sin el peso de un pasado que lo hiciera inamovible. Debía poseer, en él, el mundo, y ser, a la vez, poseído por éste. Un hombre que amase el aire libre, un hombre capaz de amar a un perro. Un hombre sencillo, que oliese a tabaco y a pino. Un hombre que no necesitase cuestionarlo, ni cuestionárselo, todo; que, si quiera, acostumbrase a disfrutar de la literatura. Un hombre sencillo, un hombre inexistente.


Esas palabras volaron en volutas desde mi boca, y se perdieron, acaso para siempre, entre las nubes. No sospechaba yo que, apenas tres semanas después, se presentaría ante mi puerta un hombre al que, conforme fui conociendo, vi que poseía todas esas características... Pero eso yo aún no lo sabía cuando, al abrir la puerta de mi casa, "El Ruso" se apoyaba en el quicio de la puerta con unas botas de trabajo, unos vaqueros roídos y una camiseta de propaganda llena de manchas de pintura. Eso yo no lo sabía el día que me encontré con "El tártaro de las estrellas". 
Cameron Tucker.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Introducing Cameron Tucker.

Emmett y Wallace creen que soy una mariquita remilgada... pero nada más lejos de la realidad. Simplemenete me gusta el orden, la eficiencia y lo académico. Ellas dos me llaman Charlotte, y no es el único mote cruel y televisivo que el mundo me ha endilgado...
Otros amigos, en referencia directa a Ross Geller, me llaman "El tres carreras". Y es que, aunque apenas tengo 28 años, en unos meses terminaré mi tercera carrera universitaria. Además, la semana pasada, terminé mi segundo máster. Y, desde hace dos cursos académicos, soy el profesor asociado más joven de la Facultad de Letras de Woodsboro. Esto puede sonar fascinante y glamouroso... pero en realidad se traduce en una jornada de sesenta horas semanales con la remuneración de un contrato de ocho. Total, un drama.

En lo personal vivo uno de los momentos más tranquilos y felices de mi vida. Recojo los frutos que, con sudor y lágrimas, he sembrado a lo largo de años de duro esfuerzo; me paso los veranos viajando como mochilero por Europa; y disfruto de mis amistades en una ciudad de provincias que, cada día que pasa, está más preciosa.
Provengo de un largo matriarcado lorquiano, y eso ha forjado mi carácter: soñador y romántico, pero también firme y pragmático.
Lo que más me gusta en el mundo es leer y viajar. Lo que menos, la gente maleducada y las personas sin proyectos vitales.
He tenido dos maridos. Al primero lo dejé por intentar conquistar al segundo. Al segundo tardé años en cazarlo, pero lo hice, cortejándolo a la antigua usanza. Al poco, el segundo me abandonó a mí. Por una mujer. Se casan en mayo.

Pero no todo es trabajo, construcción de proyectos futuros y vida espartana. Desde septiembre frecuento a un joven... Y no es aleatorio que use la palabra joven... Nunca nada en mí es producto del azar, de hecho. Pero esa ya es otra historia...
Cameron Tucker.

Emmett Honeycutt: The Nastiest Skank Bitch.

Después de una encantadora velada Fondue for Three junto a Wallace y Cameron anoche, me volví a casa dándole vueltas a cómo presentarme.


Llegué tarde  y estuve chateando con un chico muy mono de la otra punta del país que conocí hace unos días por internet y que me quiere hacer trás-trás. Después, como charlar no me dejó satisfecho, olisqueé por un chat y encontré a un tal “Sabueso”, que tenía un hueso más que considerable. Decía ser muy guapo, y por las fotos de cuello para abajo que vi, la cara era lo último a lo que le iba a prestar atención. Así que allí me planté yo en su casa, en mitad de la noche, y cuando me abrió la puerta me encontré con un híbrido entre Paco Clavel y Mauricio Colmenero, bizco y con una cresta mal hecha. Me di media vuelta con un chasquido de negra y me fui a mi casa, me puse porno gay y me acosté.

Me he despertado casi a medio día y lo único que he hecho ha sido ver la MTV, escuchar un par de discos de Dolly Parton y jugar al Bubble como un poseso toda la tarde... A excepción de una visita rápida después de comer a uno de mis habituales “amigos con derecho”: un reconocido violonchelista a nivel mundial al que le gusta, según sus propias palabras, “ser mi puta”, y que me ha estado contando que esta Noche Buena le tocan los hijos a él.
Ahora voy a quitarle la mascarilla a mi madre y voy a arreglarme para la cena familiar navideña, en la que bien podría sentar en mi asiento a un peluche de Pokemon y nadie notaría la diferencia… Pereza.


Y yo que no sabía cómo presentarme…

La REPAVA, por Wallace Wells.





Voy a inaugurar el tercio de blog que me corresponde mezclando dos de las cosas que más me gustan en el mundo: elaborar listas y hablar de mí. Así, he creado un pequeño índice con lo que me gusta y lo que no me gusta, o como yo prefiero llamarlo, la REPAVA (Registro Encantador Para Amarme, Venerarme y Adorarme).

Me gusta:

- La música francesa.
- Llevar mis propias palomitas al cine.
- Conocer gente por fotos.
- Mirar las calorías de los alimentos y comer sintiéndome mal.
- Las cosas que brillan.
- Las historias que no acaban bien.
- El vino tinto. De hecho, ¿existe otro tipo de vino?
- Rascar el estucado de las paredes.
- Los chistes de "Se abre el telón..."
- Preparar postres y ver engordar a la gente.
- Los chicos con gafas, tatuajes y la polla gorda.
- Las canciones tristes con melodía alegre.
- Eructar e hipar al mismo tiempo.
- Wallace Wells (foto).

No me gusta:

- Estudiar.
- Las gominolas.
- Los pájaros.
- La cerveza.
- Dormir con pijama.
- Confundir chapas con monedas en el suelo.
- Atarme los cordones.
- Guardar secretos.

Como veis hay más cosas entre las que me gustan que entre las que no. Esto demuestra que soy un chico feliz, y eso me gusta.

Wallace


viernes, 23 de diciembre de 2011

Fondue para tres.



Cogeos de las manos, chicos. Coged la mía también. Juntad nuestros tres bolígrafos en el centro de la mesa y besad la foto de Blaine, el que la vaya besando que la vaya pasando. Repetid conmigo: "Nunca, bajo ningún concepto, situación u hombre traicionaremos, mentiremos y/o juzgaremos a una hermana. Lo que mis hermanas y yo escribamos será Sagrado y nunca podremos usarlo en su contra. Lo que ha unido Internet que no lo separe ni Dios."

Cameron, Emmett y Wallace