lunes, 26 de diciembre de 2011

Redrum, por Wallace Wells.


Mi trabajo consiste en ser recepcionista del hotel más terrorífico de todo Woodsboro y sobrevivir.

Al cruzar la puerta te inunda un olor nauseabundo, mezcla de alcantarilla, azufre y anís fuerte. El técnico dice que es un problema de tuberías pero yo creo que es un problema de brujería. La prueba está en que han intentado por todos los medios acabar con el mal olor pero cada vez huele peor, como si una presencia maligna se alimentara de nuestros intentos fallidos. Entre mis compañeros hay una broma recurrente sobre el mal olor. Dicen entre risitas que debe haber alguna limpiadora muerta desde quién sabe cuándo pero yo no me río porque sospecho que puede ser verdad y el día que saquen por el conducto de ventilación un esqueleto con cofia y delantal verás qué cachondeo.

Como el hotel está maldito muchos empresarios han intentado dirigirlo pero ninguno ha tenido éxito y cuando el edificio se ha alimentado de sus ilusiones los ha expulsado sin miramientos. Como ha pasado por tantas manos ahora tiene un aspecto de encantador abandono kitsch: la fachada está adornada con pinturas religiosas, mientras que el interior mezcla un enorme busto tailandés con cuadros de Ikea y una pieza de un molino castellano que parece un cockring gigante. Pero de entre todos los adornos el más aterrador es un óleo antiguo en el que aparece una mujer mirando al suelo y dándole la mano a un niño de espaldas. Sin embargo el niño tiene el cuello girado y mira al frente desafiante.

Mi teoría es que hay algo en ese cuadro que hace perder la razón a las personas y por eso a menudo suceden episodios escabrosos que no tienen explicación.

Una noche recibí una llamada desde una habitación quejándose por el alboroto en el pasillo. Subí únicamente armado con mi linternita y mis buenas intenciones y casi me da un infarto de miocardio al encontrarme en la oscuridad con la cara de una niñita con síndrome de down que se había escapado de su habitación.

Otro día que yo descansaba me llamó mi compañera por si sabía algo de una habitación que en nuestro programa aparecía vacía pero la cama estaba ensangrentada. Nunca descubrimos qué pasó.

Lo último sucedió hace pocos días. Un joven de apariencia normal entró al hotel y sin decir ni una palabra se fue directo al pasillo donde está el cuadro encantado. Yo me quedé mosca pero seguramente estaría chateando así que no hice caso. Hasta que de pronto empiezo a oír ruido de agua caer, como una pequeña catarata. Lenta y silenciosamente me acerco al lugar de donde provenía el sonido y antes de darme cuenta estaba pisando un enorme charco de pis. El joven se subió la bragueta y salió disparado pisoteando su propia meada y poniéndome la recepción perdida. Como no encontré a ninguna limpiadora viva tuve que limpiarlo yo.

Juro que cuanto más fuerte fregaba más sonriente me parecía el niño del cuadro.

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