domingo, 25 de diciembre de 2011

El tártaro de las estrellas, por Cameron Tucker.

La historia de cómo conocí a "El Ruso", el joven que frecuento desde septiembre, es mágica y vinculada a episodios de mi pasado reciente. Pero mágica de verdad.
Este verano estaba haciendo un viaje como mochilero por los Balcanes cuando mis amigos viajeros me empezaron a preguntar sobre mi vida sentimental. Harto de desengaños, y con el compromiso  de mi segundo marido (CON UNA MUJER) aún demasiado reciente, intenté huir del amor, deshacerme de los hombres para siempre, cerrar mi corazón a cal y canto para tirar la llave al plácido Mar Adriático.
Así, en Zadar, sentado al atardecer en unas escaleras llenas de musgo que acaban en el mar y que, por medio de un complejo sistema de tubos, hace que las olas y las corrientes produzcan una misteriosa música marina, hice un conjuro, que en un principio no pensaba que tendría consecuencias pero que, poco después, volvería a mi vida en forma de flashback de mis propias palabras.


Inspirándome en "Prácticamente magia" enumeré las cualidades imprescindibles que un hombre improbable, ficticio e imaginario debería reunir para entrar en mi vida. 
Y esas cualidades eran no sólo contrarias a mi forma de vida, sino también, por contraposición, a la de mi segundo marido. 


Y es que, este hombre nacido de la tierra y, a la vez, llegado de las estrellas, debía ser telúrico, primigenio, básico, sencillo. Debía ser capaz de trabajar con sus propias manos, de construir, de crear. Tenía que vivir al instante, sin la sombra de un futuro que atenazase su vida, sin el peso de un pasado que lo hiciera inamovible. Debía poseer, en él, el mundo, y ser, a la vez, poseído por éste. Un hombre que amase el aire libre, un hombre capaz de amar a un perro. Un hombre sencillo, que oliese a tabaco y a pino. Un hombre que no necesitase cuestionarlo, ni cuestionárselo, todo; que, si quiera, acostumbrase a disfrutar de la literatura. Un hombre sencillo, un hombre inexistente.


Esas palabras volaron en volutas desde mi boca, y se perdieron, acaso para siempre, entre las nubes. No sospechaba yo que, apenas tres semanas después, se presentaría ante mi puerta un hombre al que, conforme fui conociendo, vi que poseía todas esas características... Pero eso yo aún no lo sabía cuando, al abrir la puerta de mi casa, "El Ruso" se apoyaba en el quicio de la puerta con unas botas de trabajo, unos vaqueros roídos y una camiseta de propaganda llena de manchas de pintura. Eso yo no lo sabía el día que me encontré con "El tártaro de las estrellas". 
Cameron Tucker.

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