jueves, 2 de febrero de 2012

"Adiós, Moscú", por Cameron Tucker.

El Ruso me abandóno anoche, miserablemente. 

Y no sólo me ha abandonado sino que, además, ha confirmado mis "paranoicas" teorías de que había vuelto con Curvy Love y que llevaba con ella desde Navidad. Así que, después de todo, yo llevaba razón y él, en "El incidente de nochevieja", se hizo el ofendido por una acusación que era verdad. Un mes, pues, de engaños y cama compartida. Y una amarga despedida para una historia que, de otra forma, habría sido preciosa. 

Y con su despedida no sólo se van las cosas que han sido, sino las que podrían haber llegado a ser. Y no digo yo que nuestra historia fuese perfecta, pero uno (de naturaleza soñadora) había fantaseado alguna vez con alguna que otra postal idílica... ¿y quién podría culparme? Nadie.

Nos había visto en una pequeña boda de septiembre, al aire libre y sin chaqués, con sillas blancas y una jupa llena de flores, y farolillos por los árboles. Nos había visto pintando una casa en Connecticut, con pocas habitaciones pero espaciosas, manchándonos de pintura turquesa mientras sonaban los Carpenters. Me había visto consiguendo un puesto en Columbia, enseñando literatura victoriana. Le había visto montando una pequeña empresa de fontanería, con una camisa de cuadros y una camioneta sin parte de atrás (como la de Mike Delfino), con pocos beneficios pero mucha ilusión. Nos había imaginado en sábado por la mañana, mientras él jugaba con nuestro perrete en el jardín, y yo leía en una hamaca. Nos había visualizado con dos pequeños: rubios y valientes como El Ruso, con gafas de pasta y ambición como yo (mis ensoñaciones oníricas no entienden de imposibilidades físicas o genéticas). Le había visto en el jardín enseñando a batear al pequeño mientras yo coloreaba con la niñita. Le había visto volviendo a casa con los dos, después de entrenar al equipo de alevines, mientras yo preparaba una tarta. Y nos había imaginado haciéndonos mayores, discutiendo a veces, saliendo con un par de amigos, ahorrando para la universidad y aprovechando para pasar las vacaciones en las ciudades donde a mí me invitasen a dar cursos de verano (ya había planeado cambiar mi billete de primera clase por dos en turista, y la reserva de mi hotelazo por un apartamentito en el centro de París o de Buenos Aires). Nos había visto cuando el pequeño se fuese a una facultad de la Ivy League, mientras la mayor seguía trabajando de camarera, para mi disgusto, intentando crearse una carrera como escritora, para mi orgullo. Y sí, nos había visto de viejecitos, viendo la tele, cuidando del jardín y paseando de la mano. Pero bueno... ¿quién no se ha montado alguna vez una peli más grande de la cuenta?


Y es que a pesar de que a mí se me llenase la boca con mi actitud de feminista liberada (como Carmen Alborch) asegurando que "era sólo una aventura" y que "disfrutaría de ese ruso de 21 años y metro ochenta mientras pudiese y que, después, me quitasen lo bailao", en realidad tengo que confesar que, a lo largo de estos meses, me ha gustado cada vez más y más.

  
El Ruso se bajó de mi coche hace 24 horas, seguramente para empezar una vida con su novia "a la que conoce de toda la vida" y "que es parte de su mundo", después de reconocer que "se había portado como un mierda" y de desearme que "ya vendría otro que me tratase mejor que él" (a lo que yo, en un gesto de patetismo SIN LIMITE, le respondí que "yo no quería que fuese otro, quería que fuese él"), no sin antes sugerir que "podíamos seguir viéndonos como hasta ahora" ya que "lo que tiene con ella es diferente a lo que tiene conmigo". Huelga decir que yo me negué a esta última propuesta... ya que la figura de "la otra" es preciosa en la poesía y en la copla, pero muy poco agradecida en la vida real. También sobra decir que, desde entonces, el mundo es un poco más gris: ni el arcoiris gigantesco que vi esta mañana desde el autopista mientras iba al trabajo tenía el menor brillo o el menor sentido. 

Pero sobreviviré. Yo soy un superviviente. Mi segundo marido, al abandonarme (por otra mujer, por cierto, que menudo tino para los hombres tengo yo) me arrancó el corazón y le echó sacos de sal. Desde entonces yo viví en el desierto, y eché raíces en el infierno... pero El Ruso había llegado por sorpresa, trayendo juventud y alegría y, en cierto sentido, me salvó. Ahora me quedo con su recuerdo, con sus comentarios absurdos y sus silencios besugueros, y con las cosas que me enseñó; a cambiarle la fecha al movil, a usar bien la calefacción de mi coche, a conducir por terrenos escarpados, a no temer a los perros de razas peligrosas... 

Pero bueno... por mucho que lo asuma y lo lleve dignamente, no quita que me apene. Yo, en el fondo, sabía que él no era mi Mr. Darcy... pero a saber cuándo aparece éste, si es que lo hace. Ahora que todo ha acabado veo que El Ruso ha sido, un poco, como Tag para Rachel K. Green: un precioso regalo previo a encontrarse con su verdadero amor. Un regalo que apareció cuando el verano empezaba a esfumarse, y que se va cuando el invierno está en lo más crudo. 


Ahora sólo queda consolarme un poco y reponerme. Viendo lo visto he decidido que me voy a consagrar a la ciencia: si los hombres no son lo mío, al menos haré algo útil para la humanidad o mi curriculum. Seré como uno de esos monjes medievales que consagraban su vida a iluminar manuscritos con dibujos de dragones y textos clásicos. 

Si al menos no fuese abstemio podría beberme una botella de vino blanco, y olvidar. Si al menos no estuviera a dieta podría ahogar mis penas en helado de caramelo del Mercadona. Pero como no me voy a tirar al barro me he comprado algunas cositas en Amazon, que es el consuelo que encontramos la gente lista cuando tenemos algún disgusto.
Adiós, Ruso. "Siempre que el viento sople en el campo pensaré: Lowenstein... Lowenstein..."

5 comentarios:

  1. Wow! Fascinante, en serio. Acabo de pasar por lo mismo y fue como leer mi historia. Ya decía Bridget Jones, podés dejarte vencer y que los lobos te devoren, o podés luchar y superar esto. Es difícil pero hiciste la mejor elección. ¡Fuerza y arriba esos ánimos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por el apoyo incondicional Silver. "Los abandonados y despechados" somos un gremio especial, y debemos unirnos ante la adversidad.
      Como diría Bridget: "Autocontrol, belleza interior".

      Cameron.

      Eliminar
    2. "Los abandonados y despechados" somos un gremio especial, y debemos unirnos ante la adversidad.

      100% de acuerdo! Yo sigo despechado por mi última historia. (Algún día, cuando no esté tan emocional sobre eso, le hago un post... Es que... ¿cómo puede algo, que parecía tan real y perfecto, ser una mentira total? Por suerte, estoy más tranquilo y ya no siento tantos deseos de aplastar a esa cucaracha. :)

      Eliminar
  2. Yo me quedo con la foto de sus abdominales que nos enseñaste.

    Wallace

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay, Wallace, yo veo y siento esos abdominales y esa firmeza cada vez que cierro los ojos, cada vez que inspiro.
      Ains...

      Cameron.

      Eliminar