miércoles, 8 de febrero de 2012

La noche que tuve que fregar dos veces, por Wallace Wells.

Os voy a contar la historia de un día que iba a follar y acabé limpiando una meada y un vómito, y nos echamos unas risas, si?

Resulta que hace unos años terminé una relación muy larga con un chico que me marcó mucho así que estuve un tiempo dando tumbos por la vida y me dio por echarme otro novio sin siquiera habérmelo follado. Tampoco es que yo fuera dando palos de ciego, ya le había besado, se la había comido y había comprobado que tenía un pito bonito así que me lo tomé como garantía de buen empotrador. ERROR.

Nos habían invitado a una fiesta en casa de unos amigos suyos muy, muy pijos y luego una amiga nos había dejado su casa para dormir así que estaba claro que esa noche íbamos a chingar. Yo no podía estar más caliente. Recuerdo que había mucha bebida, mucha comida y mucha gente que era doctora y se conocían del trabajo así que las conversaciones eran un poco cerradas porque yo ese mundo no lo controlo así que me pasé la velada solo en mi mundo, imaginando cosas cochinotas. Mi novio estaba en su salsa porque aunque él tampoco era doctor empezó a beber una copa tras otra y estaba muy suelto. De vez en cuando se me acercaba por detrás y me decía cosas guarris al oído en plan “después te voy a dar carne con tomate para ti y para tu prima” y cosas así. Yo me estaba poniendo tela ya imaginando las cerdadas en nuestra cama.



A esto que me dieron ganas de mear. El cuarto de baño era enorme y súper recargado, como el resto de la casa. Los azulejos eran blancos con muchos ornamentos florales y patos y cosas de campiña cordobesa. De pronto llaman a la puerta, era mi novio que se meaba a chorro y que no podía aguantar más así que le dejé entrar. Mientras me lavaba las manos se me pasaba mucho por la cabeza comérsela ahí mismo con toda la gente en el salón pero era una fiesta con mucha circunspección y decoro, cuando me doy la vuelta y lo veo metido dentro de la bañera meando de pie en los azulejos. Estaba más chisposo de lo que yo creía. Me puse muy nervioso porque no sabía qué hacer ahora así que le dije que se fuera él al salón y yo me quedé limpiándolo. Lo más fácil habría sido abrir la ducha y darle a los azulejos con el chorro pero si lo hacía podían escuchar el agua y se preguntarían qué hacía yo ahí dentro así que tuve que coger papel higiénico, mojarlo un poquitito y frotar toda la pared. Trabajo de chinos.



Cuando terminé le dije que nos fuéramos. Quería llegar pronto a la casa porque le veía ya tambaleándose y con la mirada perdida de haber bebido mucho y temía por mi polvo. Cortando el viento llegamos a la casa, subimos las escaleras, nos quitamos la ropa y nos tiramos en la cama. Él estaba muy perjudicado, apenas se mantenía en pie así que me tumbé boca arriba en la cama y lo coloqué encima de mí, yo con una pierna en Roma y otra en Cancún para facilitarle el acceso y todo pero veía que aquello no tiraba, él estaba mirando al frente con los ojos cerrados, como apunto de cantar una saeta muy sentida cuando de pronto se giró y echó una pota enorme en el suelo. El pobre se fue llorando al baño a seguir vomitando y yo a por una fregona a volver a limpiar. Era un potaje precioso, con pocos tropezones, espeso y blanquecino. 


Ironías de la vida, parecía una corrida gigante. :-(


No hay comentarios:

Publicar un comentario