martes, 3 de enero de 2012

Orgullo y prejuicio y abdominales, por Cameron Tucker.


Mi afición por el mundo victoriano y por su literatura han hecho mella en mi vida. Y no sólo por comportarme, conversar y pensar como una dama victoriana, sino por mi concepción de los hombres y de mi relación con ellos. 

Si una obra ha tenido especial relevancia en mi modus vivendi (expresión de la que Wallace y Emmett aseguran, erróneamente, que abuso) es "Orgullo y Prejuicio". Empiezo a pensar que los paralelismos que establezco entre esta novela y mi vida son más que peregrinos, ya que en casi todo momento de mi biografía me he sentido identificado, por una u otra cosa, con Elizabeth Bennet... pero es que, precisamente ahora, con toda la historia de El Ruso y tal, me siento especialmente cercano a esta historia. 

Y es que yo llevo desde que tengo uso de razón (me leí el libro a los 14 años) buscando a mi Mr. Darcy: el hombre leal, apuesto, caballeroso, educado y bien situado que fuese mi compañero perfecto hasta el fin de los días... Y en estos días, después de los últimos incidentes con El Ruso, he decidido que tengo que dejar de pensar en éste como en Mr. Darcy, para asumir que es, simplemente, un Mr. Wickham. 

El Ruso no es retorcido, ni malvado como Wickham, pero sí que tiene muchas similitudes con él. Los dos tienen un innegable atractivo, una imponente presencia, un seductor porte, peligro en la mirada y un sedoso cabello rubio que lo convierten en suspiro de propias y extrañas. Los dos son bebedores, fumadores y jugadores: y, si bien es cierto que El Ruso carece del regusto aristocrático que otorgaba distinción a estos vicios en la época de antaño, también es cierto que lleva sus pequeñas adicciones a su entorno y su contexto, dándole su encanto de arrabal, su regusto de extrarradio. Y es que, si lo pensamos, lo mismo es beber whisky de Malta y fumar Habanos en una reunión de caballeros jugando al backgammon, que ponerse hasta el culo de JB y marihuana, ya sea en compañía de sus amistades en el parking de cualquier centro comercial, o en soledad, jugando al póker online. Sólo cambian los tiempos, y los contextos. El encanto (o el desencanto) sigue siendo el mismo.


El Ruso no es un marido, El Ruso es un amante. Y por ello no me puedo permitir a mí mismo pensar en él como tal. Así que, desde ahora, se acabó imaginármelo con smoking, se acabó planear hipotéticas cenas en las que presentarlo en sociedad, se acabó pensar en si seguirá siendo igual de sexy a los cincuenta, y se acabó imaginar cómo le quedarían nuestros apellidos combinados a una niña china. 

El Ruso es una aventura. El hombre más guapo con el que yo (o nadie que conozca) haya yacido. El regalo del destino que la madre natura me envió después de mi conjuro croata. Pero nunca será mi marido, y un día se hartará de mí y me abandonará por cualquier mujerzuela, o por dios sabe quién. Y yo podré seguir concentrado en mi carrera, y en mi infructuosa (aunque emocionante y constante) búsqueda de Mr. Darcy, al que guardaré este ardiente secreto inconfesable, al que nunca le contaré la historia del Tártaro de las Estrellas que me robó el corazón.

2 comentarios:

  1. Miss Vida, sólo tengo una cosa que decirle:
    Minutos 2.10 - 5.20
    http://www.youtube.com/watch?v=0FYugL3_CTA&feature=related

    Emmett.

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  2. La chica latina siempre tiene razón <3

    Cameron.

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