domingo, 1 de enero de 2012

El año en el que perdí la esperanza en el amor, por Wallace Wells.

Voy a resumir mi temporada 2011 con un episodio tremendo que me ocurrió ayer, la última noche del año.

Había salido a celebrar la Nochevieja haciendo botellón en la calle pero las cosas se calentaron un poco y de pronto me vi de manitas con un amigo en una especie de guarida de yonkis en ruinas. Era como tener sexo en el cuarto de baño de Whitney Houston. Tres elementos cegadores me nublaron la vista: la oscuridad de la noche, el alcohol y el rabo de mi colega, y de pronto perdí el equilibrio y caí rodando dentro de un pozo de basura, se me rompieron los pantalones, me hice una herida y tuve que llamar a gritos a Emmett, que andaba por allí, para que me ayudara a salir.

A esto me refería, queridos lectores. Por culpa de un hombre caí en un agujero de mierda, me herí y pude salir sólo gracias a la ayuda de la amistad.

Y es que en 2011 me enamoré perdidamente durante cinco minutos de unos cuantos mancebos y ninguno me puso la alianza en el dedo.

El primero es un compañero de trabajo bisexual, que me saca 11 años, con hijo y con novio. Vale, esto a todas luces no iba a funcionar de ninguna manera pero uno es soñador y trata de encontrar a su príncipe encantador a pesar de las adversidades.

No era ningún príncipe.

Sin embargo conseguí muchos magreos, besos e incluso un día le limpié la vajilla, si saben a lo que me refiero… Y así hemos estado todo el año, que sí, que no, que caiga el chaparrón.

El segundo candidato a marido fue un hermoso joven rubio de ojos claros, delgado como un hilito y con un peinado tan moderno y estiloso que parecía llevar una lechuga batavia sobre la cabeza. Vamos, que no me pegaba nada. Me siento como cuando Cristo anduvo por el desierto y Satanás le martirizó con tentaciones, solo que yo he caído en todas.
Fuimos a un festival de verano juntos, hubo mucho tonteo light e incluso trazó con un palito en mi espalda las románticas palabras “Lady Gaga”, algo que a mí me pareció el summun del erotismo.

Acabó el festival y no lo volví a ver.

De vez en cuando pienso en sus cabellos de lechuga y me pongo tontorrón. Es que era muy guapo. Era así:



El tercer falso príncipe fue un australiano que conocí en París. En octubre tuve una semana de vacaciones así que llené la maleta de tangas y me planté yo solo en la ciudad del amor en busca de románticas aventuras. Conocí a un australiano la primera noche y me enamoré de él, la segunda noche conocí a otro australiano y acabé haciendo un trío con los dos. Estaba de suerte. Cuando cada uno volvió a su país el australiano del que me enamoré y yo nos empezamos a mandar e-mails a diario para que no se enfriara la relación.

A la semana la relación se enfrió y dejamos de escribirnos.

Así que, como decía, yo estaba muy contento con el fin de este aterrador año y pensaba que la mejor forma de celebrarlo era comiéndome un nabo pero 2011 tenía una última sorpresa desagradable reservada para el momento final y tras la caída monte abajo salgo de un nuevo escarceo amoroso con heridas. Otra vez.


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