viernes, 20 de enero de 2012

Medianoche en Woodsboro, por Wallace Wells.

Siempre me pasa.

Cuando salgo del trabajo por la noche, derrotado me subo en el autobús nocturno hacia mi casa y me enamoro locamente de cualquier desconocido.

Suelen ser chicos que, como yo, se sientan solos y se pasan el viaje mirando abatidos por la ventana.

Cuando he divisado al que será mi pareja esa noche durante treinta minutos y catorce paradas enciendo el iPod y escucho alguna canción bonita, normalmente a piano para crear un ambiente relajado y elegante. De pronto llevo traje de chaqueta y corbata. El motor del autobús, al fondo, ya no es un motor sino una enorme chimenea y los focos halógenos delicadísimas lámparas de araña del siglo XVI por lo menos.

Es entonces cuando me levanto del asiento. Mientras me dirijo a mi objetivo otros pasajeros del autobús se giran para mirarme. Una pareja de caballeros rellena sus copas con alcohol y cuchichea a mi paso. Probablemente estén apostando con dinero a mi éxito o mi fracaso. Un señor muy mayor me inyecta su mirada de enfado, seguramente porque mi boba ilusión le recuerda a cuando era joven y le robaba los primeros besos en el cuello a su ya difunta esposa. Casi a punto de llegar, una mujer rumana de mediana edad me guiña el ojo dándome los últimos ánimos que necesitaba mientras fuma tabaco con boquilla y se atusa las plumas de su estrafalario tocado.



Llego hasta el chico. También tiene traje de chaqueta y corbata. Me presento. "Hola, soy el amor de tu vida". "Hola, yo soy el de la tuya". Hemos conectado.

Le doy la mano y lo llevo a la parte más especial del autobús, donde los asientos son de rojo terciopelo. Esta noche no son para minusválidos ni embarazadas, esta noche son los asientos para enamorados. Un adolescente con pelusa bigotera que estaba repanchingado en uno de ellos se levanta de un brinco al vernos y nos los cede educadamente.

Algo huele muy bien. El conductor, que ya no es conductor sino cocinero, prepara riquísimos platos desde su puesto. En una olla nuestro amor se cuece a fuego lento. Durante la cena trato de conquistarle con una mezcla de conversación inteligente y humor tonto. Da resultado.



Fuera del autobús hace frío y es tarde. A cuarenta kilómetros por hora las luces de los comercios cerrados y las farolas se funden formando olas rizadas de colores. Es precioso. 




Ha llegado el momento. Aprovecho que se está riendo por algo que he dicho para poner mi mano sobre la suya. Se sonroja ligeramente. Un pequeño bache en la carretera obliga al autobús a hacer un movimiento brusco y me agarra la mano con fuerza, y entonces nos besamos. Uno de los caballeros al fondo le da un billete de cincuenta al otro, que lo celebra rellenando de nuevo las copas de ambos.

El autobús frena, es mi parada. Me bajo. Un piano sigue sonando en mi iPod. Recorro el camino hacia mi casa sonriéndole contento a los muros y cantándole a las señales de tráfico, como el conquistador irresistible que soy.


4 comentarios:

  1. El otro día Marlon, hoy Paul... ¡pero si sois tan "perras" como nosotras! En el fondo seriamos muy buenas amigas... como la Crawford y la Davis.

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  2. ¡O como Andy y Chucky! http://24.media.tumblr.com/tumblr_liw4cyQDIC1qanb21o1_500.gif

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