lunes, 9 de enero de 2012

El tesoro de Tutankamon, por Cameron Tucker.

Anoche me sentía tremendamente orgulloso de mí por ser capaz de cumplir uno de mis dos objetivos de Año Nuevo, y apagar el ordenador antes de las doce de la noche en días laborables. Nada me hacía presagiar, cuando comencé mi ración diaria de lectura, que esta noche sólo dormiría una hora y cuarenta minutos. Además, después de dos semanas de relax navideño, hoy he vuelto a mi jornada de doce horas laborables. Imaginaos cómo tengo el cuerpo. Y, encima, esta noche voy al ballet. 

Resulta que esta Navidad no he hecho nada útil por la humanidad, ni por la ciencia. Ha sido todo una amalgama de citas sociales, vida familiar, tiempo para mí y literatura. Malditos demonios del ocio, los hombres y los libros que tan terribles hábitos me han llevado a tener durante estas vacaciones. Mi media ha sido acostarme a las cuatro de la mañana, levantarme a las doce y dormir una siesta de un par de horas. Así que cuando anoche intenté dormirme a la una, mi cuerpo me hizo un corte de mangas. Dándome cuenta de que iba a ser imposible conciliar el sueño, volví a encender mi lámpara y seguí con mi libro. Y es que Michael Cunningham es tremendo; y su último libro, "Cuando cae la noche", del que me he leído 250 páginas en dos días, tiene la mezcla perfecta de glamour, arte, Nueva York y erotismo para mantenerte en vela. De momento, y a falta de terminarlo, no tiene demasiado que envidiarle a su obra más laureada, "Las horas". 

Y tanto leí que me dieron las cinco de la mañana. Los pájaros empezaban a cantar y mi despertador iba a sonar en dos horas, pero mi cabeza, mi bendita cabeza, empezó a recibir una avalancha de imágenes perturbadoras que le llevaron a pensar en cómo debería ser mi funeral. Así somos los intelectuales: la gente normal cuenta ovejas, nosotros pensamos en lo efímero de la juventud, lo injusto de la belleza y lo ineludible de la muerte. 

Llegué a varias conclusiones que quiero dejar aquí plasmadas, para que mis hermanas Wallace y Emmett (más jóvenes, amén de más alocadas, que yo) se encarguen de hacer prevalecer mis últimas voluntades. 

- Quiero que mi velatorio tenga lugar en suelo NO santo, y que tenga una estética lorquiana. 
- Quiero que, después, se celebre un encuentro de amistades, sin mi cuerpo presente, sin cura y sin iglesia, en el que se venere mi vida, se escuchen mis canciones y se lean trozos de mi obra. Quiero que haya una foto mía en tamaño A3 de cuando estaba delgado y tenía pelo, en sepia, en un lienzo con paspartú. Quiero que suene, especialmente, esta canción:



- Quiero que se me incinere. Aún no he decidido donde quiero que se esparzan las cenizas. Pero quiero que, dentro de mi ataúd, vayan una serie de cosas: mis pequeños tesoros faraónicos.
 

> La Constitución Española de 1931. 
> Una bandera del orgullo. 
> Mi birrete verde de doctor. 
> Una copia de "Orgullo y prejuicio".
> Una copia de la que, por entonces, sea mi obra más célebre. 
> Una foto de mi madre, cuando era joven. 
>Un muñeco de un unicornio.

Y nada más. Esas son las indicaciones de cara a mi muerte, y así quedan por escrito formalmente, estando yo en pleno uso de mis facultades.

4 comentarios:

  1. Osea, que no te podías dormir, ¿no?

    Emmett.

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  2. Yo creo que con un pajote bien hecho habrías caído rendido en quince minutos.

    Wallace.

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  3. Hermanas, cuán sutiles vuestros comentarios... Estais cada día más sofisticadas...

    Esta actualización se ha subido a medio hacer por error. Mañana la terminaré.

    Pd: "Osea, que no te podías dormir, ¿no?" Habló la que acaba de tardar cuatro paquetes de folios en decir "no me gustan los regalos que me hacen".

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  4. Sh, zorra:
    1. Mi comentario fue de cuando se subió la versión primera.
    2. Queda aún mejor con la actualización completa, lo que me convierte en visionario.
    3. Nosotras no somos mas jóvenes que tú... YO SOY más joven. Wallace es de tu quinta.
    4. Una bandera ¿DEL ORGULLO? ...

    Emmett.

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