miércoles, 28 de diciembre de 2011

Curvy Love, por Cameron Tucker.

Wallace y yo nos acoplamos anoche a la fiesta de navidad de los amigos de Emmett. En el local en el que se celebró (un encantador estudio artístico propiedad de una de las asistentes, en pleno centro de Woodsboro) reímos, bailamos y comimos. Comimos. Pero mucho mucho.

A mí no me importa que comiésemos tanto por dos cosas: porque, por fin, se demostró, gracias a mis magistrales recetas de familia, que podría llamarme, perfectamente, Cameron Van de Kamp; y porque, por muy lejos que esté de mi peso ideal, esta navidad el mundo es un buffet libre para mi persona, ya que después de Reyes voy a empezar una estricta dieta que me llevará a retomar las riendas de mi silueta. 



Y no es que yo tenga ningún problema con mi peso, au contraire. Yo soy curvy, siempre he sido y siempre lo seré: lo acepto y lo llevo con orgullo. Soy listo, encantador, divertido... y curvy. El mundo se ha empeñado en invisibilizar a la gente que no se rige a unos estrictos cánones de figura, pero yo me empeño en hacernos visibles. Si me voy a poner a dieta no es por poderme poner vaqueros más ceñidos, ni por ser más atractivo para los otros hombres: lo haré por comodidad, por salud y por no pasar un verano tan terriblemente caluroso como el pasado. Los curvys tenemos una temperatura corporal más alta que los delgados, eso es así y hay que asumirlo... pero en vistas de lo radical del cambio climático, mejor será adaptar mi cuerpo a las altas temperaturas de cara a la óptima supervivencia.

Si algo nos ha demostrado Adele es que se puede ser joven, listo, exitoso y curvy. Y como yo me acepto como curvy, el mundo me acepta como tal. Bueno, todo el mundo... menos mi jefa. Mi jefa es una catedrática de metro y medio, setenta años y cuarenta kilos que odia a dos cosas por encima de cualquier otra: a los gordos y a los gays. Y conmigo tiene el pack completo, oiga.

Mi jefa me odia. Me odia desde el día en que me vio. Me odia todas las horas del día. Y no sólo me odia a mí: odia mis comentarios, mis gustos, mis zapatos... y puede que, incluso, mi cara. Y no se empeña, precisamente, en ocultarlo. Cuando ya me había acostumbrado a que no me devolviese los buenos días (o que, como mucho, me lanzase un gruñido matutino) se ha tomado las suficientes confianzas conmigo como para juzgar y dar consejos sobre mi vida.

La semana pasada yo estaba trabajando en un Congreso Internacional de Literatura Comparada que organizaba mi Facultad cuando, cerca de la una de la tarde, después de cinco horas de colgar carteles, recibir ponentes, repartir materiales... fui a la cafetería y me compré un sandwich. Mientras me lo comía, sentadito en una esquina del hall de mi facultad, la vi aparecer por la puerta principal y supe que se avecinaba el drama. Sus ojos de comadreja me localizaron a unos cincuenta metros de distancia y, dejando de lado cualquier cosa que fuese a hacer, se dirigió en linea recta hacia mi persona, cruzando el gigantesco hall marmóreo como un búfalo migratorio. Cuando estaba lo suficientemente cerca como para que yo ya sintiese su tufo a Chanel se paró en seco, me miró a los ojos, miró mi sandwich, miró mi barriga, y exclamó: "¡Después dices que no comes...! ¡¡¡JA!!!". Yo no supe qué responderle (sobre todo porque jamás le he dicho yo tal frase), así que sólo me quedé quieto, con los ojos muy abiertos y el gesto congelado. Unas milésimas de segundos después ella se giró, volvió a exclamar "¡JA!", y se metió en un ascensor, manteniéndome la mirada mientras se cerraban las puertas. 


Así que no, no podemos decir que todo el mundo acepta con la misma normalidad el tema de mi peso. Lo bueno es que quién más me debería preocupar en este sentido, El Ruso, sí que lo aprueba. De hecho su aprobación en este tema resulta inquietante. Y es que, let's be honest, los chicos con abdominales como los suyos no suelen salir con chicos con siluetas como la mía. 

Al principio de nuestra "relación" este hecho me inquietaba... pero intenté pensar en ellos como un regalo del destino que debía aprovechar hasta que se terminase. Pero conforme El Ruso y yo nos conocíamos, nuevos datos perturbadores surgieron a este respecto. El Ruso tiene dos exnovias. Sí, exnovias con A. Yo soy, parece ser, el primer varón con el que se ha entregado a los placeres viriles (aunque eso será otra historia). En una conversación postcoital, como el que no quiere la cosa, hablando de esto y de aquello, me dijo el nombre de una de ellas. Yo lo apunté en mi mente y, nada más llegar a casa y ayudado de google, elaboré un informe exhaustivo sobre la sujeto. Al encontrar la primera de sus fotos me quedé helado: la exnovia de El Ruso es tan curvy como yo. Y en ese momento, gracias a Wallace (y a su mordaz humor), quedó bautizada como "Curvy Love", en claro homenaje a la viuda del grunge. 

Desde ese momento empecé a ver que las similitudes corpóreas entre Curvy Love y yo, las dos únicas parejas sexuales conocidas de nuestro Macho Alfa, eran tremendas y (aunque Emmett diga, acertadamente, que no se puede considerar un fetiche, al igual que no puede ser considerado así salir con gente de peso medio) caí en la cuenta de que a El Ruso le gustan curvys... Y sólo puedo decir... ¡Bendito pseudofetiche!

3 comentarios:

  1. El fantástico juego de palabras de "Curvy Love", si mal no recuerdo, fue invención mía y no de Wallace, zorra.

    Emmett.

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  2. Oh... peut-être... Pido excusas.
    Cameron.

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